La creación de la nueva empresa mixta de Rodalies, participada por Renfe y la Generalitat, debería ser una buena noticia, pero es lógico que la reacción inicial de los usuarios sea escéptica. Escarmentados por el abuso de promesas impunemente incumplidas, la desconfianza es la actitud más sensata. Se agradece que la consellera portavoz del Govern de la Generalitat, Sílvia Paneque, y el ministro de Transportes y Movilidad Sostenible, Óscar Puente, no se hayan excedido en la propaganda que suele acompañar este tipo de anuncios. Ambos intentan hallar el equilibrio entre subrayar la importancia de la nueva empresa y el realismo de avisarnos de que las mejoras no se notarán de un día para otro.
Aunque solo sea por orgullo consumidor, el anuncio no modificará la contrariedad de los usuarios, que, según un estudio reciente de la Universitat Rovira i Virgili, sufren más estrés, angustia y depresiones que el resto de los mortales. De hecho, no necesitan ningún estudio: de sobras saben cuáles son las incompetencias que cada día les amargan la vida. El resto de la población, en cambio, puede utilizar el estudio como toma de conciencia y colocar a Rodalies en el ranking de problemas escandalosamente perpetuos de este país.
El ministro nos avisa de que no notaremos los cambios hasta dentro de dos o tres años
Los políticos necesitan transmitir cierta ilusión. La consellera recurrió al tópico del “paso de gigante”. Por suerte, la mayoría de los contribuyentes saben que, en política, los pasos de gigante acaban siendo, en el mejor de los casos, imperfectamente humanos. El ministro hizo un vaticinio: nos avisó de que no notaremos los cambios hasta dentro de “dos o tres años”. Es un plazo digno de un jefe de obras del nuevo Camp Nou. Un plazo que, en culturas propensas al incumplimiento y la picaresca, recuerda a cuando haces turismo y te cuentan que una ermita es del siglo XIV o XV. Es una horquilla lo bastante ambigua para considerarla una inconcreción y, en el caso de Rodalies, invita a los usuarios a pensar que ojalá sean solo tres años.
Lee tambiénFracaso comunicativo
Ante según qué plazos, hay niveles de credulidad que ya no podemos permitirnos. Cuando, para llevarte un pedido, un conocido fabricante de muebles te propone una horquilla de entre las nueve de la mañana y las tres de la tarde, sabes que, más que un plazo, es una broma, pero, como mínimo, no te amarga la vida.