Una mujer se ha metido en el lío de pensar que las cosas suceden para algo. No por algo sino para algo, recalca. Le doy vueltas al matiz. Creer que las cosas ocurren para algo puede convertir cada vivencia, al parecer, en una especie de impulso. El problema es descubrir cuál. Así anda hoy ella, amante de la divagación, tratando de averiguar para qué le sucedió, el otro día, esta historia hotelera, en su esplendorosa vejez.

Se encontraba alojada en un hotel del norte con grandes escaleras, cortinajes y lámparas de araña. A la mujer, artista prestigiosa y muy noctámbula, se le había pasado la hora del desayuno, durmiendo a pierna suelta. Hasta que se le colaron, en la nebulosa del sueño, unas sirenas que acabaron despertándola. Sobresaltada, con su mata de pelo blanco revuelta y su camiseta de dormir desgastada (la más cómoda, aunque ya tenga algún agujerito), se asomó a la ventana.
Con el corazón a mil, oyó las voces que ordenaban acudir a un punto de encuentro
En la calle todo parecía normal. Pero la megafonía del hotel alertaba de algo muy grave que acabó entendiendo que era un incendio. Con el corazón a mil, oyó las voces que ordenaban acudir a un punto de encuentro, sin usar el ascensor ni coger más pertenencias que las imprescindibles.
Y así salió al pasillo, descalza, con el carnet de identidad, la camiseta medio raída y el gorro de ducha que se puso a toda prisa para que no le cayeran pavesas en la cabeza, porque le dio por pensar en las pavesas, no sabe por qué. Como si el gorro de ducha hubiera solucionado algo, comenta ahora.
Siguiendo a otras personas que bajaban las escaleras con una tranquilidad, la verdad, admirable, sonrientes incluso, llegó a un salón que debía de ser el Punto de Encuentro. Y allí se sentó con el gorro, a esperar lo que hubiera que hacer. No le dio casi tiempo a extrañarse de la normalidad que la rodeaba, todo el mundo peinado, con zapatos y ropa ordenada, cuando un recepcionista reparó en sus pies descalzos. Señora –dijo, demudado–, esto es un simulacro de incendio para el personal del hotel. No me diga que no la hemos avisado a usted, añadió. Y la abrazó. La mujer recuerda ahora que se llevó tal alegría que se olvidó de enfadarse. Y pregunta si, esta historia que le ha sucedido, se me ocurre para qué es.