El Estado es mi papá

A lo mejor solo me pasa a mí, pero ofende a mi escasa inteligencia encontrarme en las entradas de los parques de la ciudad unos carteles que me informan de que bajo los árboles puedo encontrar sombra para protegerme del sol. Y que, a esa sombra, que lleva ahí toda la vida, la vamos a llamar ahora refugio climático.

Estos días nos hemos visto asaltados por unos anuncios del Ministerio de Sanidad reveladores de la misma deriva. El eslogan de la campaña es: “ Un verano de cuidado”, y el objetivo parece ser darnos instrucciones precisas para comportarnos correctamente en los meses de calor. “Refréscate”, “Hidrátate”, “Protégete” nos grita imperativo el Gobierno, y a continuación, en el tono cariñoso que le dedicamos a nuestros hijos o a nuestras mascotas, mandatos como: “El paseo con gorra, cremita, y solo con la fresca”, o “Agüita todo el rato, aunque no tengas sed”. Todo ello convenientemente animado por unos dibujitos amables, coloridos y especialmente simples. Sí: cremita, agüita, dibujitos…

FOTO ALEX GARCIA NUEVAS PERGOLAS CON SOMBRA DE PL DE LES GLORIES. REFUGIO CLIMATICO 2025/07/01

   

Àlex Garcia

David Ogilvy, quizá el publicista más célebre de la historia, acuñó una frase que el consenso del tiempo ha transformado en dogma de nuestro oficio: “El consumidor no es un idiota, es tu mujer”. Respetar la dignidad de quien escucha tus mensajes, su inte­ligencia, su madurez (que es al mismo tiempo una manera de respetar tu propia dignidad), es una obligación moral, por más que demasiado a menudo se ignore.

Despierta un consenso notablemente amplio la idea de que en los últimos tiempos tendemos a sobreproteger a nuestros hijos. Intervenimos en exceso en sus vidas y evitamos que se enfrenten a desafíos y cometan errores que impiden un apren­dizaje y un desarrollo razonable, lo que conduce a generaciones con problemas de autoestima, dependencia e inseguridad. Sin embargo, no parecemos reaccionar de la misma manera ante la evidente sobreprotección del Estado.

Creo que es algo que todos percibimos porque es muy obvio, pero se han realizado numerosos estudios sobre el nivel infantil del lenguaje que utiliza Donald Trump: “El vocabulario que utiliza es mínimo: lo puede entender un niño de ocho años”. Normalmente se usan esos argumentos para criticarle, pero me temo que, una vez más, estamos minusvalorando su astucia.

Una sociedad adulta se edifica desde la responsabilidad individual

Javier Gomá insiste en que la democracia se basa en la idea, o en el ideal, de que todos somos mayores de edad, capaces de saber lo que nos interesa. La democracia nos trata como seres adultos. Es una verdad reciente, que ni siquiera la lucidez de Ortega, que vivió ya el tiempo del advenimiento de la igualdad, fue capaz de percibir. Él siguió insistiendo en la antigua visión de la docilidad, del rebaño. Y del gobierno de la élite. Gomá apunta que no existen masas, como reivindica Ortega, lo que existen son muchos ciudadanos, que no es en absoluto lo mismo. En consecuencia, la fuente de la moralidad, de los va­lores, se dispersa. Algo que es intrínsecamente bueno: en la democracia obedezco porque me obedezco a mí mismo.

Por el contrario, en la dictadura, que viene de dictar, del que dicta, todos somos menores de edad. Hijos de papá.

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Infantilizar al ciudadano nos arrastra al terreno de las ideologías utópicas, de los populismos, de las dictaduras, de las verdades absolutas, que tienden a la simpli­ficación como alivio a la inevitable, y cada vez más transparente, complejidad del mundo. Es la manera más rápida y eficaz de construir sociedades dependientes de una autoridad firme que decida por nosotros y nos guíe.

Lo que tenemos ahí fuera es incertidumbre, intemperie, a la que hay que adaptarse. Una sociedad adulta se edifica desde la responsabilidad individual. La dependencia de un poder que me cuida, me protege, y por lo tanto me controla, genera inevitablemente irresponsabilidad, y nos aleja de la capacidad de convivir en el respeto a nuestras dignidades particulares.

La consecuencia es la construcción de la asfixiante cultura de la queja en la que vivimos. Si yo no soy responsable de mis actos, hay otro que lo es, y por tanto procedo a reclamarle que resuelva todos mis problemas. Quejarse es el principio de nuestra derrota como ciudadanos mayores de edad.

La democracia es un milagro, afirma Gomá. Eso es lo que nos jugamos.

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