Buenas personas

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Divulgador económico

Con eso de que el ambiente huele a vacaciones, tiendo a ver las cosas de color de rosa. Ya sé que no se arregla nada en esta temporada, vacía de noticias, excepto que en agosto hace mucho calor, noticia que llena la mitad de los telediarios. Pero hay como un descanso y como un volver a las raíces de las cosas, raíces que son buenas.

Hace años, un periodista que ahora es muy amigo mío empezó la entrevista haciéndome un pequeño currículum (de los auténticos). Dijo “edad, estado civil, estudios”, y añadió: “católico, porque como has dicho que vas a misa, debes de ser católico”.

Even more rain!

  

Getty Images/iStockphoto

Pues sí, soy católico y procuro ser buena persona, como muchos católicos y como muchos que no son católicos.

Y como eso de ser buena persona no lo dan en una rifa y cuesta, por aquello de que “todo lo que me apetece o es pecado o engorda”, procuro buscarme ayudas, celestiales o terrenas.

Ahora se me ha puesto de moda mi Ángel de la Guarda, ese ángel al que le encargó Dios que se ocupase de mí y me echase una mano en las cosas importantes y en las menos importantes.

Y como ahora me canso antes que antes y no puedo conducir por prohibición amable de mis hijos y, sobre todo, por prohibición ‘oficial’ de la DGT, tengo un acuerdo con mi Ángel. Cuando necesito un taxi, me paro en una esquina, miro el reloj y siempre llega uno con su lucecita verde en cinco minutos.

Llovía. Mucho. Yo, sin paraguas. Oí una voz: “Señor, ¿necesita usted un taxi?”

La semana pasada tuve una reunión. Esta vez sabía a qué hora acabaría y reservé un taxi para esa hora, en un sitio muy concreto. No le dije nada al Ángel. En teoría, no era trabajo suyo.

Salí de la reunión, puntual. Pero llovía. Mucho. Yo, sin paraguas, fui al sitio donde había quedado… y el taxi no apareció. Quizá, con la lluvia, no le vi. Y yo me mojé. Mucho. Y sin esperanzas.

Al cabo de unos minutos, oí una voz: “Señor, ¿necesita usted un taxi?”. Lo que me pareció una voz celestial era la voz de una señora desde su casa, justo en frente de donde estaba yo. Pensé que era una taxista que vivía allí, pero era simplemente una buena persona que se puso a hacer llamadas hasta que me dijo: “Está viniendo”.

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Y vino. Y el taxista me preguntó: “¿Graciela?”.

Le contesté que sí. Miré a la ventana para darle las gracias a Graciela, pero ya había cerrado.

Esta vez vi claro lo de “a Dios rogando y con el mazo dando”. Y vi el acierto de mi Ángel al utilizar a una buena persona para no quedar él en mal lugar. 

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