Nombres propios

En un libro que acabo de leer situado en la edad media, me ha llamado la atención un detalle: la cantidad de personas que se llaman igual. Se trata de Montaillou, aldea occitana, de 1294 a 1324, un estudio de Emmanuel Le Roy Ladurie sobre una diminuta población de los Pirineos franceses, cuyas interiori­dades conocemos gracias a un proceso inquisitorial del que se conserva el su­mario. Y aunque es apasionante, me ha costado seguir el hilo por la repetición de nombres: aparecen tres Bernard, cuatro­ Arnaud, cinco Pierre, seis Raymond o Raymonde, siete Guillaume o Guillemette…

Top view of a parents playing with a baby in a crib

  

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Durante siglos, eso ha sido habitual. Recordemos el refrán: De Peres, Joans i ases n’hi ha a totes les cases. O la costumbre de bautizar a una hija o hijo con el mismo nombre de los padres, o de los abuelos, o incluso de un hermano o hermana fallecido antes de que nacieran. Pensemos en cuántas Pilares hay en Aragón, Vicentes en Valencia, Llanos en Albacete, Montserrats, Núrias y Jordis en Catalunya…

Todavía en los años sesenta, Jordi, Núria y Montserrat figuraban entre los nombres de pila más frecuentes aquí, junto con Carmen, Antonio, Isabel…. En el listado del 2024, en cambio, predominan Laia, Biel, Ona, Nil, Arnau, Jan… ¿Cómo interpretarlo?

En el 2024 predominan Laia, Biel, Ona, Nil, Arnau, Jan… ¿Cómo interpretarlo?

A mí me parece ver dos tendencias, o mejor dicho, una y media. La primera es el individualismo. Si los nombres tradicionales subrayan la pertenencia, el hecho de que somos una o uno más en una familia, tradición, país (el mismo motivo por el que muchas lenguas, como el japonés, colocan el apellido delante y no detrás del nombre), en cambio, llamar a un bebé con un nombre insólito, y aún más si es extranjero y sin marca de género (como Nil), corresponde a una visión de la persona como ser singular e irrepetible, desvinculado de su genealogía, su nación, incluso del grupo de las o los de su sexo.

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Pero veo otra tendencia, esta contradictoria: nombres poco habituales (aunque luego se vayan generalizando) que, sin embargo, sí remiten a algo compartido, sea una lengua, sea la historia... Es el caso de Arnau, Jan, Laia, Biel, en catalán, Diego, Jimena o Gonzalo en castellano.

Quizá estas oscilaciones son una muestra más de una tensión en la que llevamos siglos instalados, entre lo colectivo y lo individual. Y más vale que así sea, porque, aplicando un individualismo sin cortapisas, se termina como Elon Musk, que a su último retoño le ha llamado X Æ A-12. En YouTube encontrarán tutoriales sobre cómo pronunciarlo.

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