Los últimos de Filipinas es el título de dos películas sobre el asedio de Baler, la última acción militar española en las islas Filipinas. Duró 337 días, desde el 30 de junio de 1898 hasta el 2 de junio de 1899. Aniquilada la anterior guarnición, se envió una nueva al mando del capitán Enrique de las Morenas, con el teniente Alonso Zayas, el 2.º teniente Martín Cerezo y el teniente médico Vigil de Quiñones. Eran 58 hombres. Se apostaron en la iglesia de la aldea, para defender la posición hasta que llegasen nuevas órdenes de Manila. La resistencia fue heroica. Víveres escasos y en mal estado. Cientos de tagalos atacando una y otra vez. Muertos el capitán De las Morenas y el teniente Zayas, tomó el mando el teniente Martín Cerezo.
Los días pasaban, la guerra terminó con la derrota de España, los filipinos les informaron de ello, pero los sitiados desconfiaron. En mayo de 1899, el teniente coronel Aguilar llegó a Baler para convencer a Martín Cerezo, pero este no le creyó hasta que vio en los periódicos la noticia. El 2 de junio, se arrió la bandera española. Martín Cerezo negoció una rendición honrosa: los españoles no asumirían la condición de prisioneros de guerra, saldrían de la iglesia con sus armas y serían escoltados hasta un lugar seguro. Así se hizo.

Cuartel Bruc
En 1945, Antonio Román dirigió la primera película, con Armando Calvo y Fernando Rey. De ella ha quedado una hermosa canción: Yo te diré. Hay una grabación espléndida de ella por Marina Rossell. La segunda (1898: Los últimos de Filipinas) fue dirigida en el 2016 por Salvador Calvo y protagonizada por Luis Tosar, como teniente Martín Cerezo, y Eduard Fernández, como capitán De las Morenas. Hubo división de opiniones sobre su forma de contar la historia. Para Carlos Boyero es “buen cine (…) con algunos diálogos inquietantes”, y la calificó de “modélica”. Arturo Pérez-Reverte la estigmatizó como “basura”. Yo tardé en ir a verla; temía hacerlo; confirmé mis temores: bonita de ver y bien contada, pero con los complejos, reservas, distancias y retortijones habituales con que los españoles afrontamos acomplejados los temas de nuestra historia.
¿Por qué me ha venido esta minucia a la cabeza? Porque he leído en la prensa una noticia, que nada tiene que ver directamente con ella y dice así: ERC reclama en Barcelona la “restitución” de once edificios del Estado que son simbólicos, entre ellos el cuartel del Bruc, último existente en Barcelona, Capitanía General, el Banco de España, el palacio Montaner (sede de la Delegación del Gobierno), el antiguo edificio de Aduanas, la estación de Francia…
El propósito de los nacionalistas catalanes es desmilitarizar por entero al Principado
Me centro en el cuartel del Bruc, donde está acuartelada la última unidad operativa del ejército de guarnición en Catalunya: el Regimiento de Infantería Barcelona n.º 63, depositario último de cuatro siglos de historia militar del Principado, como continuador, tras mil vicisitudes, del primer Cuerpo de Voluntarios de Barcelona, constituido en 1793 en el marco de la guerra del Rosellón, y que a su vez fue reconstitución del Tercio de Barcelona, creado en 1597.
Este hecho me confirma en una idea y me provoca un temor. La idea es que, en este momento, el propósito de los nacionalistas catalanes no es alcanzar la independencia plena, que juzgan con toda razón imposible, sino lograr una independencia efectiva conseguida “echando al Estado español de Catalunya”, un objetivo superior en el que se integra el propósito concreto de desmilitarizar por entero al Principado, es decir, que no quede en él ni rastro de unidades del ejército español.
Y mi temor es que el Gobierno de España acceda a ello en el trapicheo que se trae con sus socios, para hilvanar precarias mayorías. Cuando he oído que el presidente Sánchez se propone presentar este otoño un presupuesto, me he echado a temblar. ¿Qué no cederá este hombre para lograr apoyos? ¿Un cuartel en Barcelona con solo 700 soldados? Esto no es nada: una fruslería. Todo sea no por la patria, sino para que la coalición progresista que nos gobierna elija, en nuestro nombre, el lado bueno de la historia para preservarnos de todo mal. Amén.