Si, como en los casinos o establecimientos de juego, hubiera en los hoteles un registro de clientes no gratos, seguro que me colocarían, al entrar, el aviso de “No molestar”. Y yo a ellos, evidentemente. Como huésped experta que soy, diría que los peores, entre los peores, son los de las grandes cadenas, esos que en el Caribe tienen establecimientos chulísimos con bungalows y vistas a jardines, piscina o mar, pero en estas nuestras costas mantienen edificios que alteran el paisaje y la vista y, a la que te descuidas, te meten en una habitación trastero en la que te sientes, para hacer juego, como un objeto inservible y te amargan la estancia.

Nos quejamos de los aviones que cobran por todo y suman, al precio del billete básico, un sobrecoste por elegir asiento, embarcar un maletín y, no digamos, dos. Lo de los hoteles es más claro y, lógicamente, el precio depende de las características de la habitación: más alta y con mejores vistas, más cara. El problema reside en esas habitaciones que deberían ser clausuradas porque pegan con los ascensores; justo encima o debajo de los aires acondicionados; o, lo peor, abres el ventanuco y tus vistas son a un muro con bajante de tuberías. No solo no las tapian o utilizan como almacén, sino que las comercializan con dos... tacones.
Pagó más de 200 euros por una habitación que daba justo encima de la salida de las cocinas, sin más vistas que la de los cubos de basura
Hace unos días, presencié en un hotel del paseo Marítimo de Palma los llantos, sí llantos, de una madre que había pagado más de 200 euros por noche, para invitar a su hija que cumplía 18 años, por una habitación inmunda que daba justo encima de la salida de las cocinas del establecimiento, sin más vistas que la de los cubos de basura. El modo en el que en recepción le repetían que, en la reserva, debía haber elegido una habitación “superior” me indignó tanto que no pude por menos que intervenir. Como a las huéspedes les hacia ilusión ver a los Reyes, me las llevé conmigo a una actividad real y hasta se hicieron una foto con la princesa Leonor. Al menos que se lleven un buen recuerdo de Mallorca.
El clasismo en los hoteles de medio pelo es algo que no puedo aguantar. Es como las marcas de moda con pretensiones que te cobran 400 euros por un vestidillo; para eso mejor uno de 30 en el mercadillo o ya, quien pueda, uno de 2.000 de buena marca, para que se vea que eres rica. Con los establecimientos hoteleros pasa lo mismo: o uno de servicios mínimos, limpio y sencillo, como los que hay en muchas ciudades pequeñas o, ya directamente, un cinco estrellas gran lujo. No es que estos últimos no tengan sus defectos, pero, al menos, cuando protestas te llaman señora.