Lluvia negra

La pasada semana se cumplieron 80 años de la destrucción de Hiroshima y Nagasaki. La decisión del presidente Harry S. Truman de lanzar bombas nucleares sobre estas ciudades japonesas se cobró 396.000 vidas humanas y provocó la capitulación de Japón, el final de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la era atómica. Ocho décadas después, parece que el mundo ha olvidado el horror causado por aquellos artefactos de destrucción masiva, diseñados por los físicos e ingenieros del Proyecto Manhattan, liderado por Robert Oppenheimer.

Horizontal

Un niño ante una foto mural de la ciudad devastada en el Museo Memorial de Hiroshima 

FRANCK ROBICHON / EFE

A medida que han pasado los años, da la impresión de que el temor al uso del armamento nuclear se ha desvanecido. Si el reciente intercambio de misiles supersónicos entre Israel e Irán hubiera ido aún más lejos, ¿se habría planteado el uso de armamento nuclear limitado?

Hace unos días, el presidente Donald Trump ordenó el despliegue de dos submarinos nucleares en “las regiones apropiadas”, como respuesta a unas declaraciones “altamente provocadoras” del expresidente ruso Dmitri Medvédev. La marioneta de Vladímir Putin se había referido a la capacidad nuclear rusa ante el ultimátum del presidente estadounidense para que Rusia ponga fin a la guerra con Ucrania.

Trump y Putin deberían utilizar su encuentro para terminar con la guerra de Ucrania y también para reabrir el debate antinuclear

Hiroshima y Nagasaki. Las imágenes de la devastación causada por las bombas Little Boy y Fat Man son de sobra conocidas: en el epicentro de la explosión se alcanzaron los 3.000 grados de temperatura. Miles de personas murieron instantáneamente. Los efectos posteriores fueron terribles, agravados, además, por una persistente lluvia negra sobre ambas ciudades. Era agua con cenizas radiactivas.

Lee también

El renacer de los ‘boomers’

Albert Montagut
Introduciendo un disquete en un ordenador antiguo

La revista The New Yorker celebra estos días su centenario y ha liberado algunos viejos artículos. “Usher” (Ujier), el título de uno de ellos, es el perfil del coronel Paul W. Tibbets Jr., de 29 años, comandante del 509.º Escuadrón de Combate de las Fuerzas Aéreas estadounidenses y piloto del Enola Gay, el B-29 desde el que se lanzó la primera bomba atómica, un artefacto con uranio enriquecido que liberó una potencia de 15.000 toneladas de TNT. En el artículo, de enero de 1946, Tibbets explicó a la periodista Eugene Kinkead que, después de lanzar la bomba y de regreso a su base de Tinian, en las Marianas, no experimentó ninguna emoción especial y que su tripulación comió unos bocadillos de jamón.

Trump y Putin deberían utilizar su encuentro en Alaska para terminar con la guerra de Ucrania y también para reabrir el debate antinuclear. Pero, ¿recordarán a las víctimas de los fogonazos atómicos y la lluvia negra?

Mostrar comentarios
Cargando siguiente contenido...