La socialización de la tinta

Mi abuelo lucía uno con orgullo, para un niño que creció en la década de los setenta, era extraño e incómodo. Nacido en el Empordà, tenía un carácter estructurado desde la tramontana y decidió hacérselo, con casi toda seguridad, como un acto de autoafirmación y rebeldía.

En las últimas décadas han sufrido una mutación en su significación, simbolismo y permeabilidad en la sociedad en la que vivimos. No hay ninguna otra tendencia que me genere una mayor dualidad cognitiva: una atracción infinita por su historia, por su evolución, por su estética y, al mismo tiempo, una incapacidad para entender la sorprendente irracionalidad del comportamiento del ser humano respecto a su aproximación a esta cultura.

Sus primeros pasos en el tatuaje estuvieron ligados al estilo japonés, con sus líneas negras marcadas, sus colores vivos y su carga simbólica

 

 

En las generaciones nacidas en la última década del siglo pasado y en la primera del presente, son un elemento transversal y habitual. Cerca del 40% de la población mundial ya tiene, al menos, uno. Ni define grupos sociales, ni procedencias, como lo hacía anteriormente, ni está adscrito a los bajos estratos sociales o a grupos conflictivos. En mi juventud se escondían, eran discriminatorios en determinadas posiciones laborales y sus ejecuciones muy limitadas. Hoy, nada de eso es válido, sino todo lo contrario.

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Hoy, por ejemplo, es un exitoso programa de formación en los planes de calificación y empleo que los peyorativamente llamados ninis convierten en una profesión de futuro. Algunos de sus profesionales más prestigiosos tienen el rango de artistas y cobran cifras astronómicas por desarrollar su profesión. La creatividad que unos elegidos atesoran a nivel ejecucional es maravillosamente infinita.

Sus clientes, a veces, se los hacen por una estúpida y concreta situación, una borrachera o un viaje de despedida de soltero; otras por una vivencia importante, la pérdida de un ser querido o el nacimiento de un vástago, mientras que otros tan sólo buscan una voluntaria mutación estética de su cuerpo. En ocasiones importa el mensaje, en otras su forma plástica. Se han convertido en un puro acto de consumo.

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Los tatuajes son una expresión social, un mercado económico y una realidad en el entramado comercial, con boutiques diseñadas para dar sentido a ese momento trascendente, en que alguien convierte su piel en un lienzo. Mientras tanto, empiezan a aparecer las primeras clínicas especializadas en borrar su rastro, en una de ellas, leía un acertado texto: “The right place for the wrong tattoo”. Mi cuerpo seguirá virgen en tatuajes, pero continuaré profundamente atraído por su cultura.

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