Guardaba carpetas de mails de la época de la covid, que me resistía a tirar. Las he revisado y los remitentes o palabras clave dibujan una cronología de las semanas más duras de la epidemia.
En torno al 10 de marzo del 2020, cuando empieza la ola de contagios, hay información de organizaciones médicas y científicos sobre cómo evitar la infección. No sabíamos lo que venía. La situación se agrava en unos días (el 9 de marzo se cuentan 25 casos solo en Catalunya, el 26, 2.400, y eran los que veían los médicos, ya bastante graves). Llegan el cierre escolar, el estado de alarma (14 de marzo) y el confinamiento. Las ucis se llenan; hospitales y geriátricos piden equipos de protección (epi) desesperadamente y faltan respiradores.
Mientras campa el mensaje del “todo irá bien”, se dan consejos para ahorrar energía, cuidar la convivencia familiar, para hacer pan, actividades pedagógicas y ejercicio en casa, y el director manda mails para mantener la moral de la tropa teletrabajadora, otra media España se las ve de veras con el virus. Los últimos días de marzo y primeros de abril, las residencias viven un infierno, los hospitales están al borde del colapso y muchas familias lloran a los muertos por la infección (del 27 de marzo al 12 abril, más de 300 al día en Catalunya).
¿A qué viene rebuscar en lo ocurrido hace cinco años? Me lo ha recordado el clima belicista que nos sobrevuela
A mediados de abril, la oleada de contagios baja, ya hay mascarillas en los hospitales y empiezan a llegar a las farmacias. Vienen la desescalada, la presión de negocios cerrados, los sistemas de notificación de contagios y las primeras conclusiones: no estábamos preparados. El verano fue raro, pero un respiro. En otoño suben otra vez las infecciones, aunque hay un mejor manejo sanitario. Luego llegan los tests y, antes de fin de año, la vacuna, que nos pareció liberadora y después tantos han criticado.
¿A qué viene rebuscar en lo ocurrido hace cinco años? Me lo ha recordado el clima belicista que nos sobrevuela. Se han hecho muchos análisis de la pandemia, pero ante el panorama actual, no sobraría la enésima reflexión de si nos cambió en lo personal y como humanidad; si aprendimos alguna lección, que se diría que pocas o se han olvidado; si nos preparó para afrontar otra amenaza excepcional (aparte de la conspiranoia de los preparacionistas), de las que se prevén sin esperar que se materialicen, pero un día pillan por sorpresa.
Podemos pensar qué haríamos distinto ahora y si volverían a reaccionar como perezosos todas las autoridades ante una alarma, pongamos, un testosterónico lanzamiento de misiles de Putin, de Trump o de alguno de sus pocos fiables aliados por váyase a saber qué oscuros intereses. Y nosotros, como buenos ciudadanos, a sobrellevarlo de nuevo como mejor se pueda.
