Google dice que el local de comida china Lejano Oriente, en la calle Rector Ubach de Barcelona, está abierto, pero cerró a finales de julio. La persiana bajada mantiene la caricatura de un chino con bigote de Fu Manchú y los teléfonos para encargos. En la persiana hay una nota que, en catalán, dice: “CERRADO POR JUBILACIÓN: Después de 45 años formando parte del barrio, ha llegado el momento de cerrar por jubilación. El jueves 31 de julio será nuestro último día abierto. Muchas gracias por vuestra confianza a lo largo de estos años”.

Si hace 45 años que el local abrió, significa que empezó en 1980. Ha visto desfilar el Mundial del Naranjito, el atentado de Hipercor, los Juegos Olímpicos, los Onze de Setembre multitudinarios, el advenimiento de Messi, la muerte de Copito de Nieve y la conversión de muchos restaurantes chinos que, para sobrevivir a rebufo de las modas gregarias, fingen ser japoneses.
Si hace cuarenta y cinco años que el local abrió, significa que empezó en 1980
El responsable de Lejano Oriente, regentado primero con su madre y después con su mujer, habla el catalán de alguien que probablemente ha nacido aquí. Alguien que, con un menú asequible y de buen gusto, ha alimentado la oferta culinaria del barrio. Personas mayores solas, matrimonios, estudiantes, trabajadores de comercios de la zona y de obras efímeras, alguno pelma y separados que, como yo, comprábamos pollo dietéticamente correcto y unos tallarines con verduras que echaré de menos.
El caso es que me convertí en cliente. Veía que el dueño tenía inquietudes literarias (recuerdo un libro de Antonio Muñoz Molina que lo tuvo especialmente atrapado) y al llegar Sant Jordi, me preguntaba por mi agenda, siempre atento, amable, discreto. Yo le correspondía con una discreción agravada por las secuelas de una infancia en la que se me adoctrinó a cumplir las consignas –“No preguntes”– de la clandestinidad. Un día antes de cerrar, me contó que se jubilaba. “Nos veremos por Sant Jordi”, me dijo. Y nos dimos la mano con esa contención de los que, aquí y en China, perpetuamos el cliché de la masculinidad emocionalmente reprimida.
Me arrepiento de no haberle preguntado muchas cosas. Y, sin ni siquiera saber como se llama, le doy las gracias por 45 años de amabilidad, discreción y cocina honesta.