La Pax Russica

La Pax Russica
Director adjunto

En 1972, en plena Guerra Fría, el estadounidense Bobby Fischer viajó a Islandia para enfrentarse al ajedrecista soviético Boris Spasski, vigente campeón, a quien derrotó en un duelo mítico. Fischer solía prepararse bien. No solo cuidaba al detalle la puesta en escena –como sus rivales del Este–, sino que poseía grandes conocimientos sobre la manera de jugar de los soviéticos, cuyo bagaje teórico había estudiado a fondo. 

Hoy, 53 años después, otro estadounidense, Donald Trump, viaja también al norte, en este caso a Alaska, para confrontar propuestas con su homólogo postsoviético, Vladímir Putin. Se verán también frente a un tablero, pero no en uno de 64 casillas dispuestas en ocho filas, sino en el geopolítico; es decir, un tablero donde el sacrificio de un peón puede traducirse en la muerte de decenas de miles de soldados y, unas tablas mal concedidas, en el exilio forzoso de centenares de miles de personas a quienes un movimiento súbito de fronteras ha dejado en tierra extranjera.

Aunque Fischer tenía algún rasgo en común con Trump, como la obsesión por las teorías conspirativas, el hoy presidente dista mucho de ser el personaje meticuloso y preparado que fue el ajedrecista. La capacidad de atención no figura entre las fortalezas del actual inquilino de la Casa Blanca.

Abundan los testimonios de colaboradores suyos sobre su dificultad para concentrarse en la lectura de informes preparatorios de las reuniones o para seguir el hilo de una larga conversación, hasta el punto de que es capaz de mirar un partido de fútbol mientras tratan de aleccionarlo sobre cómo afrontar una cumbre sobre desarme nuclear.

Fischer y Spassky, durante su duelo en 1972

Bobby Fischer y Boris Spasski, en su enfrentamiento en 1972 

J. WALTER GREEN

Este es el Trump que acude hoy a la base de Elmendorf-Richardson para vérselas con el frío y calculador Putin, muy crecido tras sus avances militares recientes en Ucrania. Con un problema añadido: a estas alturas ya sabemos que, en la corte de aduladores que rodea al presidente americano, no abundan los “adultos en la habitación”, los asesores razonables que en su primer mandato atenuaron algunos de sus desvaríos.

Si en la segunda mitad del siglo XX se propagó la Pax Americana, hay señales que indican que, en el tablero europeo, la versión contemporánea de la Pax Romana puede acabar llamándose Pax Russica. Y la culpa no será solo de Donald Trump.

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