Pinturas de superhéroe

Se hace llamar Ghost Pitùr, vive en Brescia y las redes sociales lo definen como “un superhéroe”. Sus poderes: ponerse una capucha para que no le reconozcan y, con nocturnidad y el sigilo de un ninja, salir a la calle para repintar fachadas de edificios castigados por la epidemia de los grafitis. El anonimato y el factor furtivo reproducen, en clave de parodia, los valores fundacionales del grafiti. 

Un tren de Renfe pintado con un grafiti

Un tren de Renfe pintado con un grafiti 

Mané Espinosa

Según qué fuentes consultemos, su origen se sitúa en Filadelfia y Nueva York, en una horquilla temporal que oscila entre mediados de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado. Otros, con perspectiva prehistórica, sostienen que nació en las cuevas de Lascaux y de Altamira. Pero, en general, se habla de un movimiento protagonizado por “jóvenes marginalizados” que marcan su territorio o que, a lo Banksy, se expresan ar­tística­mente.

El activismo poético representa un porcentaje mínimo de las fachadas pintadas

Los que viven en Barcelona o el área metropolitana saben que, en la práctica, las intenciones grafiteras no son ni tan románticas ni tan artísticas. El activismo poético representa un porcentaje mínimo de fachadas pintadas, de manera que no hace falta ser un talibán para deducir que la motivación de los grafiteros es, hablando en plata, el vandalismo y los placeres que comporta (similares a los placeres de quienes se cagan en las piscinas públicas o incendian una calle engalanada por una comisión de vecinos voluntarios).

Nuestro país cuenta con una larga tradición grafitera, que conocen bien los usuarios de Rodalies y cualquiera que se tome la molestia de observar la ciudad con cierto rigor. Según el Ayuntamiento y su famoso Pla Endreça, se invierten 16 millones de euros en un operativo de limpieza que, además de grafitis, incluye pancartas y “otros elementos” de la vía pública. Es una lucha desigual. Cada centímetro de superficie recuperada por las fuerzas municipales se convierte en un objetivo inmediato para los marginalizados y artistas del bando contrario. 

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La estrategia del super­héroe de Brescia abre una tercera vía revolucionaria y transgresora: contraviniendo los dogmas del sistema y el sectarismo antisistema, consigue que sea más cool repintar grafitis y recuperar fachadas que ensuciarlas y vandalizarlas.

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