Intercambio de rehenes

Es una escena habitual en agosto: padres separados que, para respetar el calendario de custodia, quedan para intercambiar a sus hijos con más y menos cordialidad. En general, es un ritual civilizado y todos se comportan con una dignidad escandinava. En casos más irreconciliables, el intercambio exige la intervención de los abuelos, que actúan como cascos azules de una guerra que, el resto del año, se concreta en batallas por el pago de pensiones y el cumplimiento de una mínima responsabilidad en la conci­liación.

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Dani Duch

En pocas décadas las separaciones (con o sin divorcio) se han multiplicado hasta el punto de que la ceremonia del intercambio por vacaciones ya forma parte de las actividades propias del verano. Muchos hijos pequeños de padres separados no solo no se sienten estigmatizados sino que celebran pertenecer si no a una mayoría absoluta sí a una minoría relevante en la demoscopia sentimental. Hay hijos que, de tanto hacer y deshacer maletas, desarrollan un gran talento para el chantaje y la manipulación (¡ah, la culpa!) y celebran la alternancia para así diversificar paisajes (mar, montaña, hoteles, apartamentos) y posibilidades de aburrirse. En parejas heterosexuales –es el target que conozco–, el intercambio puede servir para demostrar que, sea verdad o mentira, has superado el trauma de la ruptura.

El intercambio de hijos por vacaciones ya forma parte de las actividades del verano

Si tienes una nueva pareja, es importante que esté presente como refuerzo pedagógico de cara a los hijos, pero también como la prueba de haber pasado página. Los ex pueden tener una nueva vida de pareja, pero los hijos siguen siendo el ancla –casi siempre feliz– que los mantiene ligados a un pasado en común. Si todo va bien, el intercambio es indoloro y estimulante. 

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Como ex, celebras que tu ex se disponga, con o sin hijos, a disfrutar de unos días de agosto. Y si, dios no lo quiera, tu ex aparece acompañada por un manso que se autoproclama coach , que no deja de mirar el móvil, que hace chistes soeces sobre Pedro Sánchez y que llama “campeón” a tu hijo, entonces sientes la íntima satisfacción de que, en la invisible competición de errores cometidos en la vida, él sea más idiota que tú. Es una satisfacción que nunca admitirás en voz alta (sería contraproducente para tus hijos) y que, por supuesto, nunca se te ocurrirá con­fesar en una columna.

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