Los excéntricos de ayer y los de hoy

Acantilado acaba de publicar Excéntricos, una galería de personajes raros, firmada por el italiano Geminello Alvi. Por sus páginas desfilan desde el pintor Yves Klein, que pintaba con un solo color (azul), hasta pioneros de la aviación dispuestos a aterrizar en una azotea de París. En total, una colección de 42 retratos de tipos fuera de lo común, a medio camino entre la extravagancia y, en ocasiones, el genio.

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Britta Pedersen / AP

Ahora bien, si hablamos de extravagantes, el título de referencia es The English Eccentrics (1933), de Edith Sitwell. Por dos motivos: porque Inglaterra es una inigualable cantera de excéntricos y porque la propia autora lo era en grado sumo: fea, desgarbada y pegada a una nariz interminable, que le valió el poco caritativo mote de “oso hormiguero” (o de “urraca” y “bruja”, según recuerda Ignacio Peyró en su monumental compendio Pompa y circunstancia) ; y también porque se dedicó a la poesía –una labor cada día más excéntrica–, vivió hasta edad avanzada con su institutriz, seguía la moda isabelina en pleno siglo XX y sentía, sí, una gran debilidad por los raros, reales o fantaseados: desde el cazador que odiaba los caballos y cazaba con su jauría a lomos de un toro hasta la condesa de 140 años que murió al caerse de un árbol.

Raro, extravagante o excéntrico son calificativos a los que no se suele recurrir para halagar al prójimo. Parecen reservados a persona que actúan de modo imprevisible o absurdo. Pero la extravagancia tiene sus defensores. Sitwell decía que “no es una forma de locura, como querrían hacernos creer los aburridos (…) Los genios y los aristócratas son considerados excéntricos porque las opiniones y caprichos de la multitud les traen totalmente sin cuidado”.

La creatividad e incluso las genialidades han dejado paso a derroches y opiniones prescindibles

Siendo Sitwell una aristócrata descendiente de los Plantagenet, que reinaron en Inglaterra entre los siglos XII y XV, habrá quien piense que la clase social condicionaba sus opiniones. Quizás sí. Pero no hace falta ser noble para valorar la excentricidad. “Que tan pocos se atrevan a ser excéntricos señala el verdadero peligro de nuestros días”, advertía el pensador y economista John Stuart Mill. “A cualquiera que tenga talento le llamarán excéntrico”, alertó el pianista de jazz Thelonious Monk. “No permitáis que el ruido de las opiniones ajenas silencie vuestra voz interior (…) Manteneos hambrientos, manteneos alocados”, aconsejó Steve Jobs, fundador de Apple, en su ya célebre discurso a los universitarios de Stanford.

Con semejantes padrinos, los excéntricos deberían estar viviendo su edad de oro, una etapa de reconocimiento y gratitud, al menos en los países adelantados. Y, de hecho, este dispar colectivo sigue dando mucho que hablar. Pero, por desgracia, se ha producido un corrimiento del significado de este concepto, y a quienes hoy se llama excéntricos es a celebridades que tienen poco o nada de genios y que se distinguen por cultivar su fama derrochando fortunas en carísimos caprichos y contándolo de inmediato vía Instagram o prensa rosa.

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El mayor problema de esta nueva acepción de excéntrico es que casi queda en las antípodas de la clásica. Porque lo que hacen los excéntricos del presente en sus numerosas horas libres, ya se llamen Beckham o Kardashian, Johnny Depp o Jay-Z, es casi siempre lo mismo. O algo muy parecido. A ellos les gusta comprarse Bentleys descapotables, jets privados Gulfstream, bodegas en la Borgoña o islas en el Caribe y los Mares del Sur. Y si hablamos de millonarios premium como Elon Musk o Jeff Bezos, cuyas fortunas son 300 o 400 veces mayores, habrá que agrandar mucho el dispendio.

En resumen, de un excéntrico de la vieja escuela podían esperarse acciones insospechadas, aparentemente sin sentido, a contracorriente, pero también creativas y, a veces, geniales y de utilidad. Por eso Bertrand Russell aconsejaba: “No temas dar una opinión excéntrica, porque todas las hoy aceptadas fueron en su día excéntricas”. Algo que no es aplicable a los ahora llamados excéntricos, porque viven para darse vida de millonario y sus opiniones suelen ser totalmente prescindibles.

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