Saben donde encontrar a su presa más fácil. Por ejemplo, un turista. Y cuanto más vulnerable, mejor. Por ejemplo, en la salida de una discoteca, cuando los sentidos suelen trabajar a mínimo rendimiento y las ganas de llegar a un hotel o a casa son máximas. Y así, si un trayecto que el taxímetro cuantifica en unos diez euros, puede costarle fácilmente al incauto turista veinte o treinta euros o incluso más... Esta práctica abusiva no es, evidentemente la que impera, pero sí se está enquistando en escenarios proclives, como salidas de locales nocturnos o de grandes eventos, como conciertos. El engaño queda sellado cuando el taxi emprende el viaje con el piloto verde apagado, sin el taxímetro en marcha. El propio gremio de Barcelona reclama a la administración más contundencia contra quienes cobran tarifas distintas a las aprobadas oficialmente. Y es que, una vez más, la picaresca o, mejor, el abuso de unos pocos perjudica el buen hacer de la mayoría y también la imagen de toda una ciudad.
No sin taxímetro
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