Jugar a hacer la paz

la comedia humana

Una novela publicada durante la Primera Guerra Mundial empieza con la frase: “Esta es la historia más triste que he oído jamás”. Con perdón a los lectores que sigan de vacaciones o que estén a punto de regresar, tristemente, a sus trabajos, les voy a ofrecer una historia que quizá compita con la de El buen soldado , de Ford Madox Ford.

Me la contó un amigo que estuvo hace poco en Ucrania y, aparte de dejarme bastante alterado, me recordó a aquello que dijo Stalin de que un millón de muertes es una estadística, pero una sola muerte es una tragedia.

opi 3 del 24 agost

 

Oriol Malet

Tras meses en el frente de guerra, un soldado de 33 años llamado Serguéi Yefimenko recibió permiso para visitar a su familia. Apareció por sorpresa en su casa cerca de Kyiv y él, su esposa y su hijo se abrazaron como locos. Días después un dron ruso atacó su hogar. A Serguéi no le pasó nada. Pero su esposa, Anna, de 27 años, murió al instante y su hijo Mark, de cuatro años, se quedó con la cara destrozada. El niño perdió un ojo y tuvo que ser operado de la lengua, partida por la mitad tras el impacto del explosivo.

Me pregunto qué pensará el soldado Serguéi de las “cumbres de paz” que ha protagonizado Donald Trump en Alaska y en Washington con Vladímir Putin, con Volodímir Zelenski y con líderes europeos varios. ¿Cómo habrá reaccionado a las propuestas que han estado flotando en la atmósfera, procedentes de la Casa Blanca, sobre posibles cesiones de tierras a Rusia, sobre garantías de seguridad para Ucrania, sobre una reunión trilateral entre Trump, Putin y Zelenski para sellar el fin de una guerra que se ha cobrado al menos un millón y medio de víctimas, entre ellas, su esposa Anna y su hijo Mark?

Supongo que con una mezcla de amargura y cinismo, de asco hacia Trump, de odio ilimitado hacia Putin y de una pizca de gratitud hacia los europeos, que a diferencia de los dos primeros poseen el don de la compasión por el dolor que sufren ucranianos como él. Quizá Serguéi haya entendido que el supuesto proceso de paz que Trump dice liderar, y que prometió resolver “en 24 horas”, es todo una farsa, otro reality show más que sumar a la larga lista (la presidencia de Estados Unidos incluida) que ha marcado su vida pública, sin olvidar que un reality show es por definición irreal, más entertainment que de verdad.

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Vayamos por partes. “Cesión de tierras ucranianas a Rusia”: Putin exige que Ucrania le conceda territorio que la tropas rusas aún ni siquiera han conquistado, lo que delata la obviedad de que no quiere que la guerra termine porque sabe que Zelenski no podrá sucumbir a su exigencia, aunque quisiera. ¿Por qué? Por el simple hecho de que el presidente Zelenski, a diferencia de Putin, no puede actuar independientemente de la opinión pública, condicionante democrático que no existe en Rusia. Zelenski no puede tomar una decisión de tal magnitud él solo porque sabe muy bien que si lo intentara el 80% de sus compatriotas, empezando por soldados como Serguéi Yefimenko, se le tirarían encima.

Y otra cosa. Está muy bien para Trump hablar alegremente de ceder tierras, como si de otra de sus transacciones inmobiliarias se tratara, pero hay un detalle que carece de los medios emocionales para captar. Que las susodichas tierras no son campos vacíos de humanos donde pastan vacas y crece la soja, sino que consisten en pueblos y ciudades donde viven cientos de miles de personas. Proponer que toda esa gente se someta a una ocupación rusa significa despreciar los tres años y medio de sacrificio que ha soportado para no caer en las garras del totalitarismo soviético que ha replicado Putin, precisamente el motivo por el que los ucranianos en general se siguen defendiendo a muerte. Como escribió una rusa exiliada en The New York Times esta semana, “aceptar la cesión de tierras no conquistadas sería un crimen del que Trump le pide a Zelenski que se haga cómplice”.

El supuesto proceso de paz para Ucrania que el presidente de EE.UU. dice liderar es todo una farsa

“Garantías de seguridad”: ante un brote pasajero de júbilo europeo, Trump ­declaró el fin de semana pasado que le gustaba la idea de dichas garantías, la condición sine que non de los ucranianos antes de aceptar las posibles concesiones necesarias para conquistar la paz duradera con la que sueñan. Tendrán que seguir soñando. Primero, Trump no ofreció ninguna idea ni remotamente concreta al respecto y, segundo, descartó terminantemente la idea de colocar soldados norteamericanos en Ucrania. El denominador común de todo lo que ha dicho Trump sobre las famosas garantías es la ambigüedad, y la ambigüedad es, precisamente, lo opuesto a una garantía.

Si tomamos en cuenta la sucesión de tratados que Rusia ha firmado con Ucrania y que ha traicionado, es lógico que Zelenski y su gente exijan un acuerdo a prueba de fuego ruso antes de deponer las armas. Suerte con eso. Ucrania tiene motivos para contemplar no solo la palabra de los rusos sino la de sus aliados en Occidente con escepticismo. Aquí en Europa preferimos olvidar lo que en Ucrania siempre recuerdan: el Memorándum de Budapest de 1994 en el que Ucrania renunció voluntariamente a su arsenal nuclear (el tercero más grande del mundo en ese momento, heredado de la URSS) a cambio de –sí, lo adivinaron– “garantías de seguridad”. ¿Qué países firmaron las garantías? Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China y… Rusia.

El denominador común de lo que ha dicho Trump sobre las famosas garantías es la ambigüedad

“Una reunión trilateral entre Trump, Putin y Zelenski”: Zelenski –pragmático él, alerta al frágil narcisismo del presidente naranja– ha dicho que está dispuesto a aceptar la propuesta de Trump, por más vomitiva que le resulte. Los rusos, que sienten que Trump en el fondo está de su lado y no ven tanta necesidad de hacerle la pelota, han dicho que ni pensarlo. Bueno, lo pensarían solo bajo una condición, si fuese para firmar la derrota de Ucrania, lo que significaría lograr el objetivo final de “la misión especial militar” de Putin, el relevo en la presidencia del “nazi” judío Zelenski y la implantación en Kyiv de un gobierno títere del Kremlin.

Con suerte, todo esto se lo explicará un día el soldado Seguéi a su hijo Mark. Mientras, la misión declarada de su vida es “matar a todos los rusos que pueda”. Gracias a Trump, que es estúpido pero no cínico, y a Putin, que es cínico pero no estúpido, Serguéi Yefimenko tendrá la oportunidad de matar rusos para rato.

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