Que una heladería sea protagonista en verano tiene su sentido. Que lo sea en las redes sociales por un desencuentro lingüístico ya no lo tiene tanto. El asunto de una grosera respuesta al cliente equivocado durante las fiestas de Gràcia, así como el posterior acto de protesta, pegatinas mediante, contra el negocio, ha monopolizado la polémica digital durante casi siete días seguidos en X, barra, sección Catalunya. Y, por supuesto, con mucha aspereza. Una primera conclusión fácil: nunca una heladería tuvo un nombre más acertado.

Turismo en la Sagrada Família de Barcelona e inmediaciones
Puede parecer una anécdota digital de verano, pero este episodio actúa también como espejo de un malestar más profundo. Más allá de la pugna lingüística, que nace de la comprensible preocupación autóctona por el retroceso del catalán, se adivina detrás un clima social de una Barcelona y Catalunya cada vez más a la defensiva frente a todo lo que percibe como externo. Se le puede poner el nombre que se quiera: hablemos de turistas, de expats o de inmigrantes. O de todo a la vez. Cada uno señala a unos u otros, según sus preferencias políticas y sentido de la justicia —no es lo mismo, claro, apuntar al fuerte que al débil—, pero de fondo hay una misma pulsión: una incomodidad creciente —y, ojo, quizás legítima— frente al flujo incesante de personas en el que se ha convertido el globo.
Ciertas pugnas en X esconden una pulsión de fondo en Barcelona: una postura a la defensiva frente a todo lo que percibe como externo, fruto de la globalización
Es recurrente que en X Catalunya se discuta acerca de estas cuestiones. No hay ni que recordar que las expresiones más abiertas de racismo y xenofobia campan a sus anchas por la red. También hay voces que emplean argumentos más racionales para reclamar más control migratorio, alegando aspectos como la precarización del mercado de trabajo o el peligro de la convivencia si los flujos no son más moderados.
Por lo que respecta a los migrantes ricos y a los viajeros ocasionales, muchos usuarios esgrimen el encarecimiento de la vivienda o la terciarización de la economía para defender su oposición. Por supuesto, apuntan también a que ambos aumentos, el de la inmigración y el de la turistificación, son vasos comunicantes: hacen falta muchos más camareros para tantos más cruceristas, alertan.
Un debate interesante —pero que muchas veces se va de madre— sobre las bondades de moverse o de quedarse en casa en este mundo que se ha hecho, supuestamente, tan pequeño. Un debate que parece que ganan, a juzgar por los comentarios, los que quieren poner el mundo en pausa. Un alto deseable ante la vorágine. Sea desde el racismo más recalcitrante o desde la legítima duda de hasta dónde nos lleva tanto turismo y tanta aldea global —y sin equipar una cosa con la otra, por supuesto—, parece que muchos se apuntarían a un parón.
Hasta que viajas a Instagram y nadie para. Japón, Vietnam, Tailandia, la Europa de los Imperios, los Cárpatos, Estados Unidos, Argentina… la variedad de destinos que se pueden ver estos días en posts, stories y reels es tan diversa como la que uno se pueda imaginar. Nadie renuncia al avión y a hacer kilómetros, y mucho menos a contarlo. Y cuando el verano termine, seguiremos espiando al colega o excolega que vive en el norte de Europa —y al que hemos visitado alguna vez— porque obtuvo una mejor oferta de trabajo.
Puede que la forma más eficaz de pedir que el mundo se detenga sea empezar por detenernos nosotros. Pero no. Se suele decir que Instagram ofrece un mundo idealizado y que X es la cruda realidad: por una vez, la red más naif es la que nos cuenta mejor la triste verdad.