Europa o la irrelevancia

Las tres grandes crisis que vive el mundo en este momento tienen una característica común: el irrelevante papel que Europa está desempeñando en ellas. Tanto en las guerras de Ucrania y de Gaza como en el conflicto arancelario desatado por los Estados Unidos de Donald Trump contra el mundo entero, el Viejo Continente ha sido incapaz de ejercer un papel firme y cohesionado. Europa ha quedado reducida a un actor secundario. Este escaso protagonismo es una prueba más de la crisis de liderazgo que sufre la Unión Euro­pea desde hace años y de su incapacidad para actuar ante situaciones críticas que, además, le afectan directamente.

En el caso de Rusia, los 18 paquetes de sanciones sin una estrategia clara para lograr una solución negociada han resultado estériles y no han debilitado al Kremlin. A pesar de los tres años de guerra, Bruselas no ha liderado ninguna iniciativa seria para poner fin al conflicto. La Unión Europea ha sido un pilar financiero para Ucrania, con la movilización de 124.000 millones de euros en ayuda, pero depende de EE.UU. en materia de defensa y carece de una estrategia autónoma de seguridad. Ello minimiza su papel y su influencia en las negociaciones, dejando el rol mediador a un Donald Trump afín a Putin. Lo hemos visto en la última cita en la Casa Blanca, en la que los líderes europeos se esforzaron por intentar arrancar y agradecer a Trump algún compromiso de Estados Unidos sobre unas garantías de seguridad para Ucrania que Washington sigue sin concretar.

Las guerras de Ucrania y de Gaza y la arancelaria evidencian la incapacidad geopolítica europea

Más allá de eso, Trump ha pasado a los europeos la patata caliente. Les toca a ellos –a nosotros– pagar las armas y poner los soldados en suelo ucraniano tras un eventual acuerdo de paz. Y ahí no hay unanimidad ni posición común. Francia y el Reino Unido lideran el posible despliegue de tropas, pero países como Alemania ni se plantean enviar soldados a Ucrania. Una decisión de tal calado tendría sin duda un impacto muy importante en la opinión pública de muchos países comunitarios, con sus consiguientes efectos electorales.

En cuanto a la guerra de Gaza, la UE no es un actor de peso. De hecho, nunca lo ha sido. Para lanzar ataques a países vecinos, desafiar la legalidad internacional, provocar una limpieza étnica y una hambruna, a Beniamin Netanyahu le ha bastado con tener el apoyo del presidente Trump. Desprecia que Europa, con mayor o menor unidad, critique sus políticas, amenace con sanciones que nunca llegan, amague con cortar el comercio de armas con Israel y anuncie –por parte de algunos estados de la Unión Europea y del Reino Unido– el reconocimiento más simbólico que efectivo de un futuro Estado palestino.

Así como la UE respondió unánimemente a la invasión rusa de Ucrania, la guerra de Gaza ha dividido la política europea, y sigue sin existir una posición comunitaria conjunta, moviéndose entre críticas punzantes a Israel y un apoyo explícito. El paso de los meses y las atrocidades cometidas en Gaza contra la población civil han llevado a algunas capitales europeas a subir la voz contra el Gobierno de Netanyahu, pero las amenazas europeas siguen siendo más retóricas que efectivas. La UE, que siempre se había colgado la medalla de ser el primer donante de ayuda a Palestina, hoy no tiene nada que ofrecerle y se aferra al pobre lenguaje de la contención en un conflicto que concentra la quiebra del actual orden internacional. En esta tesitura, tanto Israel como EE.UU., dos de los grandes aliados occidentales euro­peos, perciben en Europa una política exterior incoherente que entienden que condena el terrorismo en el discurso, pero en la práctica minimiza o ignora los excesos de actores hostiles a Occidente.

La crisis de liderazgo acentúa la intrascendencia de la UE y su dependencia de los EE.UU. de Trump

Y sobre la guerra arancelaria, la imagen de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, acudiendo a un club de golf escocés de Trump para claudicar ante su ultimátum tarifario, ilustra como la UE ha tenido que tragar sapos y aceptar un acuerdo que evitaba el desastre, pero que la penaliza, que numerosos países comunitarios han criticado y que fue finalmente firmado hace unos días. Bruselas ha tenido que aceptar unos aranceles del 15% para todos los productos europeos que se vendan en el mercado estadounidense, sin prácticamente contrapartidas.

En definitiva, Europa no pinta nada en la crisis de Oriente Medio, es marginada por Trump en la guerra de Ucrania y sufre el chantaje económico estadounidense. Se limita a un papel entre la dependencia y la adulación servil con la excusa del pragmatismo. Atrapada entre su retórica y su pasividad, Europa parece haber perdido aquel soft power del que presumía no hace tantos años. Su inconsistencia diplomática y su debilidad estratégica la arrastran a la irrelevancia en el nuevo tablero geopolítico, y su papel en el mundo parece desvanecerse poco a poco.

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