Saber nadar

LA VIDA LENTA

Algernon Charles Swinburne, el poeta inglés, alcohólico, decadente, algolagniaco (le gustaba que le zurraran...) y noble que escandalizó en su época escribiendo sobre rituales paganos, sadomasoquismo y lesbianismo, vendió con más soltura su loca obsesión por el mar. Madre le llamaba. “Cada ola hace sufrir, cada ola azota como una correa”, se relamía orgulloso de su atrevimiento en aguas abiertas. En 1868 Guy de Maupassant se lo encontró medio ahogado en Normandía...

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En este siglo hiperresabido en que todos damos por buena la hipótesis de Platón de que no saber nadar (ni leer) es de bárbaros, las muertes por ahogamiento van sorprendentemente al alza. Más de 300 personas han perdido la vida en los espacios acuáticos de España en el último trimestre. Y el perfil de la víctima suele ser un hombre mayor de 50 años que se percibe a sí mismo con conocimientos de natación, pero por desgracia no es capaz de ver venir y menos tolerar los azotes del mar que prendaron a Swinburne.

Con flotar no basta: en el último trimestre más de 300 personas se han ahogado en España

Percibirse no es saber. Flotar y avanzar no es nadar. Quizá en una piscina eso basta. Está el bordillo. Está el socorrista. Y ese fondo cercano forrado con la amabilidad de sus azules azulejos. Pero el mar es otra cosa. Un abrazo de genio imprevisible que también va a moldear tu ánimo. Por muy enterado y entrenado que estés. Por muy nadador que seas o te sientas, el mar te va a cambiar. Tal como dice Gaston Bachelard en El agua y los sueños , “el salto en el mar reaviva, más que cualquier otro acontecimiento físico, los ecos de una iniciación peligrosa”. Defiende que “es la única imagen exacta del salto en lo desconocido”.

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Catalanes de pura raza

Margarita Puig
Yeguada Senillosa. Aiguamolls de l’Empordà,  Castelló d’Empúries, Girona

Saltas y olvidas que el agua está llena de garras. Te engulle su silencio absoluto. Su equilibrio salado. La felicidad de la nada. El placer de avanzar hacia el adelante de ninguna parte.

Te sentirás invulnerable. Es ese éxtasis cansado suspendido entre inhalaciones que agota pero no harta (“la fatiga es el destino del nadador”, añadía Bachelard) con que Edgar Allan Poe y lord Byron apagaban sus incendiarias borracheras.

Si vas a hacerlo, si vas a nadar en aguas abiertas, olvida a los malditos poetas. Hazlo sobrio. Con boya y buenas previsiones. Esquiva olas y corrientes. Barcas y motos de agua. Medusas. Peces raya. Y encuentra siempre compañía. Salir en solitario es coquetear con el suicidio.

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