Hoy es el día preferido de los que viven todo el año en destinos vacacionales. Algunos habrán hecho su agosto y ya ven más cerca su descanso, a otros les basta con descansar de tanta gente. Los veraneantes han cargado sus coches, los que apuran se habrán dado un último chapuzón en la playa antes de salir, los previsores se fueron el viernes o el sábado para evitar caravanas. Vuelve a haber sitio para aparcar a la sombra de los pinos y los tamarindos, asientos libres en las terrazas, la posibilidad de cenar sin reserva previa en los restaurantes.
Han desaparecido las toallas de colores colgadas de cualquier manera en las barandillas de los balcones, las pelotas de la piscina y los gritos de los niños tirándose en bomba. No hay cola en la panadería, tampoco en la farmacia, ni en la heladería, no hay que abrirse paso a codazos por los estrechos pasillos del supermercado, donde, desde hoy, parece que el aire acondicionado dé más frío. No hay arena en el rellano de la escalera de los apartamentos ni se oye la música machacona desde el hotel a la hora de la sesión de acuagim para los huéspedes. Ni se acumula la basura porque los turistas no saben cómo va lo de la recogida selectiva o ignoran qué hacer con ella al acabar su estancia.
Las fiestas ya pasaron y pasaron las resacas. El mar está en calma, apenas sin yates que lo fondeen ni motos acuáticas que lo encrespen. Cuando se pone el sol, lo hace solo; no lo acompañan treinta personas haciéndose una selfie como si fuera un fenómeno extraordinario. Anochece antes, como si el propio día también estuviera cansado de ser tan brillante. Impregna el ambiente una bella melancolía, una sensación de cierto orden, algo parecido a la paz.
Mañana, en otros lugares, volverá el rumor de los coches antes de las ocho de la mañana, las esperas desesperantes en las estaciones, las multitudes en el metro, las colas en todas partes, las prisas y el estrés. Pero aquí no. Aquí el ritmo recuperará la pausa, y los vecinos volverán a reconocerse, a saludarse o retirarse la palabra. Los más jóvenes quizá se quejen de que todo está muy muerto, y los mayores pensarán que esto es vida. Tras la algarabía estival, celebrarán el silencio.
