Lo perdió o lo dejó todo. Dice que lo material puede desaparecer en un plis y, desde hace catorce años, vive en la barraca de pescadores de cala Estreta, en la Costa Brava. Ya referenciada en el siglo XVI, el Ayuntamiento de Palamós la rehabilitó para uso público. Quico se ocupaba de la limpieza y el mantenimiento y se instaló allí.

Invita a charlar y a café a todo el que llega por el camino de ronda. Vive de lo que le llevan vecinos y paseantes; se sienta en un tronco mágico y les ofrece que escriban algo para el árbol de los sueños –que está dentro, junto a los libros– y que quema durante un ritual en fin de año. Ha aprendido a desprenderse de las cosas, las personas, los lugares, no quiere tener ese problema que provoca el vínculo emocional llamado apego. La productora Blau Visual, de Sant Pol de Mar, le ha dedicado la primera de sus Postals humanes .
El paisaje no existe para uso y recreo vacacional, y respetarlo no solo consiste en no alterarlo
Con una camiseta del Girona, prepara chocolate caliente mientras cuenta su historia y dice que el ser humano se enfoca demasiado en ganar, y a veces hay que perder. O que cada niño y niña tendría que saber la historia de su pueblo o ciudad. Y exclama: “¡Qué bonito es ser sencillo y simple! Pero claro, a este sistema de locos no le gustan las personas como yo”.
La barraca no es su casa, es casa de todos, recuerda. Y añade que las playas, las calas, también lo son. Lonely Planet incluyó cala Estreta entre las cien mejores del mundo, y exclama, sarcástico: “Los primeros en quejarse han sido los instagramers, y resulta que ellos permanentemente cuelgan cosas. Eh, perdona, ¿es tuya la playa, o qué? ¿Tú puedes venir y los demás no? ¿Por qué? Ah, que hay mucha gente. Tú también eres gente”. Este fragmento tiene miles de likes y comentarios reclamando a quien conozca rincones idílicos que publique su ubicación porque todo el mundo merece disfrutarlos.
Me pregunto qué derecho tenemos a convertirlos en anuncio y qué sentido tiene; al hacerlo, los despojamos de su razón de ser. El paisaje no existe para uso y recreo vacacional, y respetarlo no solo consiste en cuidarlo, sino en alterarlo lo mínimo. En cuanto se masifica, desaparece en un plis. Entonces, no es que sea de todos, es que no es de nadie porque deja de existir.