Hubo una época dorada y rosa. Encarnada por la actriz Doris Day, melena de oro, labios y uñas como pétalos: siempre risueña, célebre por sus gozosos papeles como ama de casa atractiva y feliz, rodeada de los primeros electrodomésticos, amorosa, abnegada y musical. Siempre al pie del cañón familiar, sin perder encanto y alegría. Era el símbolo femenino de la segunda mitad del siglo XX: las sociedades occidentales, dejando atrás hambrunas, sufrimientos y duelos de guerra, abrazaban con entusiasmo un crecimiento económico que se imaginaba imparable.
Nada de lo que tal idealización simulaba cristalizó de forma genérica y armónica. A finales de los sesenta, una revolución cultural interna generó una dinámica crítica y, con frecuencia, feroz contra los valores y las formas de vida occidentales. Esta corriente crítica, que cuestionaba la familia (y, por consiguiente, el simbolismo que personificaba Doris Day), fue creciendo a medida que la guerra de Vietnam y la crisis del petróleo empezaron a poner dificultades al despliegue sin trabas ni mácula de la civilización burguesa occidental. De repente, la bonanza posterior a la II Guerra Mundial se transformaba en pesadilla: contracultura, drogas, guerra, choque racial, CIA, magnicidios (John y Robert Kennedy, Martin L. King, Sharon Tate), desestructuración familiar, feminismo, inicio de la revuelta gay en Stonewall, etcétera.
El mundo de Doris Day, con sus cabellos esculpidos y la sonrisa de dientes blanquísimos, se descoyuntaba. Los niños de las familias burguesas consumían demasiadas grasas saturadas y crecían en unas sociedades divididas, atormentadas, propensas a la inflamación. Era el anuncio de la decadencia y malestar actuales, presididos por la droga del fentanilo, la hiperfragmentación identitaria y el narcicismo digital. Este proceso culminó hace un par de décadas, con el descarrilamiento de la globalización y los cambios culturales y de género del siglo XXI. Todo lo que ahora estamos viviendo, esa confusión, el choque entre progreso liberal y regresión iliberal, el populismo, la ideología de género, todo eso responde al malestar que empezó a gestarse con las reacciones alérgicas a la aparente alegría y estabilidad de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado y a todos los demonios, mentiras y opresiones que se escondían bajo la alfombra de Occidente.
En la película de Alfred Hitchcock El hombre que sabía demasiado , de 1956, Doris Day cantaba la canción ¿Qué será, será ?, que ganó el Oscar a la mejor música. Recordemos el argumento del filme. El matrimonio estadounidense formado por el doctor Ben MacKenna (James Stewart, el padre perfecto) y su esposa Jo (Doris Day, la madre inmejorable) pasan sus vacaciones con su hijo Hank, de diez años, en Marruecos. De forma inesperada, mientras visitaban el abigarrado mercado de Marrakech, un hombre se acerca al matrimonio. Se habían conocido en el autobús y les había salvado de un inocente resbalón sociocultural del hijo. El hombre les confía un secreto justo antes de morir en brazos del doctor MacKenna. Entonces, una organización secuestra a Hank, el niño, para chantajear a los MacKenna y conseguir que no revelen lo que saben. Sin saber en quién pueden confiar, los padres intentan desesperadamente recuperar al hijo, sumidos en una angustiosa pesadilla, rodeados de asesinos, espías, policías malintencionados y amigos equívocos.

Con la letra en inglés pero con el estribillo en castellano, Doris Day canta ¿Qué será, será? , cuya traducción dice: “Cuando yo era pequeña / Le pregunté a mi madre, ¿qué seré? / ¿Seré guapa? ¿Seré rica? / Esto es lo que me dijo / No podemos ver nuestro futuro/ ¿Qué será, será? Lo que sea, será”.
En una de las estrofas, la protagonista de la canción pregunta si el futuro de su amor será tan hermoso como el arco iris. La madre que Doris Day representa canta esta canción en un momento de tierno mimo con el hijo. Se irá con el marido a cenar y deja el niño en el hotel. Mientras le pone el pijama y le deshace la cama, canta la pegajosa canción mientras le arrulla pellizcándole la nariz. Cuando ella vuelva, el niño estará secuestrado y empezará la pesadilla. El filme funciona como metáfora: tardaremos en salir de esta pesadilla, que se ha complicado mucho. Se está espesando.