No quiero que nunca te falte la alegría… y es así si surge dentro de ti mismo” escribe Séneca. El filósofo de Córdoba no era Groucho Marx pero desde luego no era ese ser doliente que transmiten algunos que hablan de los estoicos sin haberlos leído. Séneca defendía el derecho a la alegría, como Benedetti.
Recuerdo que esta idea central del estoicismo para ser feliz a propósito de las declaraciones la semana pasada del director napolitano de cine, Paolo Sorrentino en el Festival Venecia, en las que afirma que “odio el mito de que tienes que ser un director horrible y siempre enfadado para hacer un buen trabajo”. El director de La gran belleza se sitúa en la mejor tradición del pensamiento clásico, que defiende que se debe crear y vivir y dirigir (una película o una empresa) con buen ánimo, sin necesidad de llevar el gesto torcido como si la amargura vital fuese señal de talento.

Lo curioso es que todavía hay demasiados que creen que ir de serios por la vida equivale a ser más interesantes. Pero serio no es lo contrario de divertido, lo contrario de divertido es aburrido. Esos que confunden el ceño fruncido con la inteligencia, como si la amargura fuese una credencial cultural o de liderazgo.
La vida ya es bastante complicada como para complicárnosla más con dramas innecesarios. No se trata de ignorar los problemas, sino de no dejarnos hundir por ellos. Ya reivindicaba nuestro Josep Pla que “tenemos que estar más contentos” (literal), en la mejor tradición del estoicismo, esa que Séneca resume citando al filósofo griego Demócrito: “lo mejor para el ser humano es pasar la vida con buen ánimo y lo menos afligido que pueda”.
Frente a Séneca, Pla y Sorrentino están los nuevos inquisidores de la moral (los mejores aliados de la ultraderecha): siempre indignados, siempre con el dedo en alto, siempre queriendo aleccionarnos, convencidos de que la amargura les confiere superioridad. Lo gracioso —trágico, en realidad— es que en su empeño por parecer severos acaban convertidos en caricaturas: predicadores de la cólera perpetua que jamás admitirán que el buen ánimo es una forma de lucidez. En el mundo empresarial, en de la cultura y ya no te digo nada en el de la política, se piensan que son más importantes si lo dicen enfadados. Vamos a necesitar mucho Demócrito para este nuevo curso político.