El bosque incinerado

Como cada verano la Parca viene con apetito y tiznada de humo. A vista de pájaro –o mejor sería de dron–: una geografía salpicada de hogueras. Un mapa enfriado ya, con todos los matices del gris. La Península es un inmenso paisaje dibujado al carboncillo. El negro esqueleto de los árboles. De las encinas y alcornoques. Pinos y olivos… y una fauna ya imposible de inventariar. Una cartografía que nunca más será igual, ni tan solo diferente, no será.

Varios bomberos trabajan en la extinción de un incendio en Tarascón, a 21 de julio de 2022, en Tarascón, Ourense, Galicia (España). Un pequeño incendio declarado pasadas las 17:00 ha puesto en alerta a los vecinos de la parroquia de Canedo, dentro del término municipal de Ourense. El fuego, que supuestamente comenzó en el lugar de Tarascón por la caída de un poste de la luz sobre un solar entre casas, ha sido controlado gracias a la intervención de tres motobombas, dos brigadas y un agente.

 

Rosa Veiga/ Europa Press

Como cada verano, la mano negra de un dios que nos quiere mal. O un demonio. En el fondo, los humanos no estamos hechos para sobreponernos a las catástrofes cuando, en realidad, en la mayoría de los casos, somos quienes las provocamos. Unos culpables abstractos, o no. A nuestros bosques el fuego les ha robado el alma y ahí han quedado: como un océano de ceniza. Madera petrificada. Unos puntos suspensivos.

A nuestros bosques el fuego les ha robado el alma y ahí han quedado: como un océano de ceniza

La imagen fija, en blanco y negro, del bosque ardiendo es de una gran belleza trágica. El poder hipnótico del fuego. El aguafuerte del drama y la muerte, lo que Rilke dejó tan claro en sus elegías: “Pues la belleza no es nada sino el principio de lo terrible”. Lo que hasta hace muy poco era verdor y vida hoy es un panorama fosilizado. Testimonial. La ilustración de la permanente enemistad de la vida y la muerte. Dicen que esta es la razón del arte y la ciencia y lo que los une: diferentes líneas paralelas que nunca llegan a tocarse.

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Joan-Pere Viladecans
FILE PHOTO: U.S. President Donald Trump speaks as Israeli Prime Minister Benjamin Netanyahu waves following a meeting in the White House, in Washington, U.S., April 7, 2025. REUTERS/Kevin Mohatt//File Photo

Anchos ríos de fuego tatúan la Península, la Piel de Toro, la Pell de Brau, un perfil que siempre me ha hecho pensar en un retrato de Cristóbal Colón, no sé, no me hagan caso. Y detrás de cada llama, una biografía incinerada. Una memoria que solo será eso: memoria. Y la lágrima negra de la pena por la pérdida, por la herencia calcinada, por las raíces a la intemperie. Por la secreta historia particular arrancada a los siglos. La caja negra familiar, el solitario testimonio intangible de lo que un día fueron recuerdos físicos, palpables, corpóreos y ahora solo son eso: el patrimonio espiritual y la evocación. Y la tradición oral. No hay vuelta atrás. Relojes congelados en el tiempo.

¿Y ellos? ¿Los políticos? De perfil. Maquillados de preocupación. Tarde y mal. Ahí enredados en su Tomatina particular. Luchando, actores del teatro grotesco, contra un bronceado delator. Despiojándose de responsabilidad y prevención. Nada nuevo. Ignoran que, en ocasiones, los gestos, aunque sean simbólicos, son el preludio de algún cambio. O de un inicio de empatía. No es el caso.

Queda, eso sí, la solidaridad y el ejemplo de la buena gente. Que si no…

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