No sé si la ciudadanía europea es consciente de la importancia geopolítica de la parada militar que días atrás organizó China, en compañía de Rusia, Corea del Norte y otros muchos países del orbe. La fábrica del mundo (China) y el país más rico en energía (Rusia) desfilan juntos; o lo que es lo mismo: uno de los países más poblados y el país más extenso del planeta unen fuerzas. De postre, días antes, Xi Jinping recibió al presidente indio, Narendra Modi. Los dos países más poblados, con economías colosales, vecinos peleados desde siempre, comienzan a hablar. “El mundo actual se ve arrastrado por transformaciones que solo se producen una vez cada siglo”, dijo Xi a Modi. “La situación internacional es fluida y caótica”, añadió usando dos adjetivos de formidable carga. “Los intereses de 2.800 millones de personas en nuestros dos países están ligados a nuestra cooperación”. Y propuso “que el dragón y el elefante bailen juntos”.

Por supuesto, los dos encuentros tienen lectura táctica: Modi ha recibido fuertes collejas de Trump, en forma de aranceles, y ahora quiere renegociarlos con el as de China en la manga. Pese a que el apretón de manos entre los dos mandatarios fue vigoroso y simpático, las diferencias entre las dos potencias demográficas de Oriente son enormes. Tendrían que bailar años para arreglarlo.
Más profunda es la relación entre Rusia y China. Putin aplaudió al ejército chino y vende a Xi su gas prohibido a la UE. Pero semanas antes se había reunido en Alaska con Trump, que le hizo un enorme favor internacional (en el contexto de la invasión de Ucrania). Es decir: Rusia establece lazos con China, pero negocia con EE.UU. Quiere beneficios de ambos. La guerra de Ucrania es una tragedia para los ucranianos, pero es materia de comercio para Putin con los norteamericanos, que, bajo la presidencia Trump, quieren acordar una nueva Yalta que permita repartir el planeta y descargar a EE.UU. de la responsabilidad planetaria única. El entendimiento norteamericano con Rusia es imprescindible para este objetivo; Putin lo sabe.
El nacionalismo vuelve: incendió el siglo XX y puede ser la tumba de la humanidad
Si hay una estrategia clara en el mundo, es la de Xi Jinping: quiere que la República Popular de China sea pieza clave de Eurasia. Pretende una zona de influencia desde sus mares costeros hasta Oceanía y Asia Central. Con Rusia como socio menor en Oriente Medio y como suministrador de materias primas. China aspira a la reunificación con Taiwán como culminación del “resurgimiento nacional” y pretende un papel menor para Japón (que, atención, también se está rearmando). Estos objetivos presuponen una relación igualitaria con Estados Unidos.
Sabemos que todos los países y corrientes ideológicas instrumentalizan la historia; China, también. La parada conmemoraba el fin de la II Guerra Mundial en Asia. Ahora bien, en 1945, la república de China no era comunista. En la república coexistían nacionalistas y rojos. De hecho, según los historiadores, el nacionalismo fue determinante en la victoria sobre Japón, que había invadido la Manchuria china. También fue importante la ayuda de los norteamericanos (recordemos los escuadrones Flying Tigers, los tigres voladores, famosos por filmes y cómics, que, de 1941 a 1945, abatieron unos 2.600 aviones japoneses). Sin embargo, en el relato periodístico y político de estos días, el triunfo sobre los japoneses se asociaba al apoyo de los rusos (que no siempre ayudaron) y al protagonismo comunista. Con todo, el giro nacionalista es claro y responde a dos propósitos: despertar a la juventud de la atonía e invitar a los taiwaneses a celebrar también el triunfo sobre Japón.
El Partido Comunista estimula el sentimiento nacionalista. Es lo mismo que hace el régimen de Putin en Rusia, el de Trump en Estados Unidos, Netanyahu en Israel, Erdogan en Turquía, etcétera. Muchos países europeos también se inflaman y se arman, ingenuos, en vez de reforzar la UE. El nacionalismo vuelve, si es que se fue. Alimentó las guerras del siglo XX y puede ser la tumba de la humanidad. De momento, los nacionalismos se inspiran, tácticamente, en la famosa frase latina: “Si vis pacem, para bellum”. Pero la historia enseña que, en un clima de creciente fervor nacional, un hecho menor, imprevisible, puede despertar el monstruo. Esta vez la guerra mundial sería nuclear. Es el signo de nuestro tiempo.