Desde hace tiempo, mi buen amigo López Burniol expone en estas páginas la que es su posición con respecto al futuro político de nuestra querida España. Creo poder resumir su esencia en una frase: quien no quiera aceptar la diversidad de un Estado federal sin singularidades debe ser libre de marcharse. Esa es también mi posición: nacido, criado y casado en Catalunya, siempre me he considerado español, sin sentir nunca la necesidad de elegir entre nacionalidades, como uno puede ser suizo de Ginebra o de Glarus.
Y creo que quien no quiera compartir las reglas del juego federal debe poder ser libre de jugar a otra cosa, aceptando, naturalmente, abandonar la partida en curso. Aunque una ruptura pactada no me parece hoy practicable, trato de imaginar qué haría si la elección entre entrar en una Catalunya independiente y quedarme en el llamado “Estado español” fuera posible. El corazón me llevaría a quedarme.

Personas ayudando a apagar uno de los incendios de este verano
Pero ¿en qué España me quedaría? Con la secesión no habríamos extirpado dos tumores malignos de un organismo pletórico de salud. Al contrario: el resultado sería mucho peor para todos de lo que podría traer consigo una buena convivencia; lo que no puede durar eternamente es la conllevancia actual. Somos un conjunto de buenos pueblos que viven de espaldas unos a otros, con conocimiento unos de otros hecho de estereotipos, chascarrillos y briznas de una historia no siempre fidedigna.
Lo que nos separa hoy no son los factores económicos o ideológicos, aunque ambos se usan a menudo con fines electorales, sino los sentimientos que ese escaso conocimiento ha ido sedimentando. En el caso de Catalunya –no me atrevo a opinar del País Vasco– se trata, en palabras de un diplomático portugués, de “la lucha, quizá irreductible, de la soberbia de unos contra la vanidad de otros”. La tensión entre unidad y diversidad seguirá existiendo en la España restante, y ya vemos que resolverla eliminando la diversidad no es posible; mejor será aceptarla, sin que ello suponga privilegios, porque sin ella la España posible no verá la luz.
Mejor una buena convivencia que la secesión, pero lo que no puede durar es la conllevancia actual
Los incendios nos ponen de nuevo ante el espejo, como hizo la dana hace un año. El espejo nos devuelve la imagen de siempre: un buen pueblo mal gobernado. Una imagen adecuada en tiempos de Fernando VII, pero sujeta hoy a revisión, ya que somos nosotros quienes elegimos a nuestros representantes políticos. Una imagen que despierta el fatalismo, compañero inseparable de la comodidad. Si “la historia de España siempre acaba mal”, ¿para qué esforzarse?
Hay otra imagen mucho más cercana a la realidad: la de catástrofes que no entienden de política y que consiguen, por encima de diferencias y divisiones de todas clases, que miles de personas se movilicen y arriesguen sus vidas para ayudar a quienes, aunque sea solo por pocos días, consideran sus vecinos. En la lucha participaron fuerzas civiles y militares, además de los voluntarios. Por unos días se pudo decir, sin más matices, que son españoles los que viven y trabajan en España.
No permitamos que esa imagen y esa definición se desvanezcan, ni olvidemos quiénes somos, cuando de regreso a casa se impongan los estereotipos de costumbre. Corremos riesgos que afectan a todos, tenemos proyectos que son responsabilidad de todos y en los que todos podemos trabajar. El trabajo en común hará que todos nos conozcamos mejor (hoy es más fácil que un joven de Barcelona vaya a Vilna que a Zamora). Ese trabajo debiera empezar ahora: recordemos que los incendios se apagan en invierno.
En un magnífico ensayo, El país que nunca existió, Gabriel Magalhaes describe a Portugal y España como “esos países que nunca existieron, y que, sin embargo, están ahora a nuestro alcance”. En España creímos haber alcanzado nuestra plenitud con la Constitución de 1978. Los años demuestran que no ha sido así. Pero no ha sido un espejismo, aún menos un fracaso: estamos todavía a medio camino, a medio digerir una larga historia. El cesto está a medio hacer, y creo que para que quede bien necesita de todos sus mimbres.