Ante el espejo

Ante el espejo
Profesor de Economía del Iese

El acuerdo comercial de la Unión Europea con Estados Unidos ha sido tachado de catastrófico, insuficiente y humillante. Veredictos que merecen un comentario.

Calificar el acuerdo de catastrófico es una exageración. En un artículo reciente (gracias, R. Suñol) Paul Krugman se ha declarado capaz de llegar a un acuerdo mejor para EE.UU. que el logrado por Trump, que considera peor que la situación anterior. Sin entrar en detalles, Krugman afirma que tanto las inversiones en EE.UU. como las compras de energía y otros bienes pueden quedar en papel mojado. ¿Insuficiente, entonces? Es verdad que la UE no hizo uso de instrumentos que hubieran podido armar una réplica adecuada a las imposiciones de EE.UU. ¿Prudencia, cautela, miedo? Quién sabe.

A man works on his laptop from a deck chair in St James's Park during a heatwave, in London, Britain, August 12, 2025. REUTERS/Jack Taylor

 

Jack Taylor / Reuters

Pasemos a la humillación. Se habla de rendición de Europa: “Europa es una superpotencia económica y debe actuar como tal”, escribe Krugman. Otros coinciden con ese veredicto. Pero se equivocan: eso es pedir a Europa que se comporte como lo que no es. Los europeos no queremos ver que en nuestro mundo no existen las potencias económicas si no están encuadradas en una sólida organización política. La UE es una amalgama de 27 Estados soberanos que no llega siquiera a confederación, la forma más débil de organización política.

La UE no tiene papel en el reparto de la comedia internacional. El proyecto inicial era construir un espacio de paz y prosperidad compartida a partir de un reducido número de países, cuyos políticos estaban escarmentados por dos guerras y conservaban la memoria de los conflictos sociales que habían contribuido a generarlas. Una federación europea se proponía como forma política. Casi un siglo más tarde, la integración económica ha avanzado mucho; pero una integración política de los 27 Estados parece hoy más alejada que hace medio siglo.

Los grandes bloques que se están configurando pueden poner en cuestión el modo de vida europeo

La crisis financiera de 2008 puso de manifiesto que el euro podía ser un instrumento de conflicto más que de unión. La reacción a la necesidad, sentida por muchos europeos, de recuperar autonomía con respecto a EE.UU., confirma la falta de unidad entre los Estados miembros. El proyecto inicial no existe.

“El proyecto europeo ha muerto”, escribe Emmanuel Todd. Pero los europeos seguimos existiendo, y hemos de preguntarnos cómo recuperar el objetivo inicial de paz y bienestar compartido. Una nación –o una nación de naciones– la constituyen uno o varios pueblos unidos por una creencia colectiva, con unas élites que los dirigen en función de esa creencia. Dejemos por hoy a las élites, por no ofender a nadie, y pasemos a la creencia.

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Los historiadores suelen decirnos que Europa tiene sus raíces en la cristiandad. Raíces profundas, pero hoy ocultas a la mayoría, cuando no rechazadas por muchos, y en cualquier caso insuficientes ahora para servir de cimiento a una unión política. Pero sí tenemos creencias comunes, antepasados comunes, aunque a menudo en bandos opuestos. Un modelo de sociedad común, aunque con muchas variantes, que nos reconocemos mutuamente y nos distingue de otros: un lugar para lo privado y lo público, para la persona y el Estado, una cierta idea de la justicia social, un respeto por la libertad de la persona.

Tenemos mucho que defender en común. Pero hay que reaccionar, porque los grandes bloques que están configurando nuestro mundo pueden poner en cuestión nuestro modo de vida, no tanto por las armas como por el miedo, o por la seducción de un dinamismo tecnológico deslumbrante, aunque dé beneficios inciertos, o de un orden sólido logrado a costa de libertades individuales.

Desde luego, es muy probable que no todos los europeos estén de acuerdo en unirse en un Estado federal para ese combate. Como la cosa es urgente, quizá sea conveniente iniciar el camino con unos pocos, la vieja idea de la Europa de dos velocidades. En cualquier caso, hemos de estar en contacto con nuestras raíces y apreciar tanto el valor de lo que tenemos como su fragilidad. Si dejamos pasar esta oportunidad de ver las cosas como son, la próxima vez que nos miremos al espejo sabremos que dejamos a los que vienen un mundo peor que el que recibimos.

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