En nuestro país –como en otros– los estudios de humanidades están sufriendo un proceso de devaluación, tanto simbólica como práctica. Simbólica porque todo lo relacionado con ellas va perdiendo prestigio y va dejando de tener las connotaciones positivas del pasado. Actualmente, el dinero está mucho más valorado que la cultura. Solo hace falta mirar La 1 para comprender que un programa como La clave no tendría ninguna posibilidad frente a un programa con Belén Esteban. O eso creen los directivos. También podemos comprobar el desinterés por la cultura de RNE al ver como elimina de su programación El ojo crítico para derivarlo a Radio 5.
Y el proceso de devaluación práctica se puede observar verificando el número de estudiantes matriculados en las universidades españolas. En la web del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, cuelga un informe en el que se puede comprobar como desde el curso 2020-21 las humanidades van perdiendo alumnado. Cierto es que el informe de la Confederación de Rectores y Rectoras de las Universidades Españolas (CRUE) habla de un incremento, pero, puesto que no da datos ni explica cómo lo ha calculado, no se alcanza a comprender esa disparidad.

En cualquier caso, desde hace años, en la enseñanza obligatoria y el bachillerato se han ido recortando horas y contenidos de asignaturas como historia, literatura, filosofía o latín, en favor de materias consideradas más “productivas”. Esta merma formativa ha contribuido, posiblemente, a que las nuevas generaciones tengan menos interés por estas disciplinas.
El panorama recuerda tremendamente el que pintaba Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451. El título hace referencia a la temperatura (expresada en grados Fahrenheit) a la que los libros arden. Y son los bomberos los encargados de quemarlos porque se consideran subversivos. Lo que era una distopía en 1953 describe ahora nuestro mundo: la gente interactúa todo el día con una pantalla, los planes de estudio han prescindido de la historia y la filosofía; poco a poco, se han ido abandonando la lengua y la gramática.
Bradbury no explica cómo se llegó a esa situación, pero lo que tal vez explica la nuestra es el dominio de un paradigma económico utilitarista –típico del capitalismo neoliberal–. Así, puesto que las humanidades no generan beneficios económicos tangibles a corto plazo, se perciben como “prescindibles”.
Por otro lado, la devaluación de las humanidades refleja una resistencia hacia el pensamiento complejo y crítico, que a menudo se observa en política –como ejemplo valdría cualquier discurso de Trump, Milei o Abascal–. A la extrema derecha le conviene empujar a la ciudadanía hacia la obediencia, la polarización o el consumo sin reflexión, por ello, minimiza o desprecia directamente el papel de las disciplinas que invitan a cuestionar y analizar, es decir, a tener un pensamiento analítico.
Ante los grandes desafíos que acechan, no solo son válidos los algoritmos, sino también el juicio crítico
Así las cosas, convendría poner de manifiesto para qué sirven las humanidades. Tal vez con una campaña original, se conseguiría un cambio no solo en el alumnado sino también en las familias. Lo primero sería decirles que resultan esenciales para entender el mundo y transformarlo… a mejor en muchos casos. Por ejemplo, leer James , de Percival Everett, predispone a luchar contra cualquier tipo de esclavitud.
Lo segundo sería contarles que, ante los grandes desafíos que nos acechan, no sólo son válidos los datos y los algoritmos, sino también el juicio crítico y la sensibilidad, es decir, el pensamiento humanista. Por cierto, la filosofía tiene mucho que aportar; lea, por ejemplo, Ahora, feminismo, de Amelia Valcárcel, y entenderá porque muchas personas reclamamos igualdad entre mujeres y hombres.
Lo tercero sería visibilizar referentes actuales y atractivos para convertirlos en influencers que hablen en redes del mundo de ahora desde las humanidades.
Lo cuarto sería crear nuevos estudios de humanidades en la universidad para conectarlos con sectores profesionales diversos o, todavía mejor, hacer las humanidades transversales a todos los grados universitarios. Imagine: ingeniería con un poso de literatura.
Por último, habría que reinsertar las humanidades en el sistema educativo. Pero este ya es otro tema.