El avión aterriza puntual en una terminal limpia, iluminada y vacía del aeropuerto JFK. Apenas tardamos diez asombrosos minutos en pasar el control de pasaporte, nada que ver con las largas horas de cola que suelen soportarse al llegar a Nueva York. Cierto es que puede ser la recompensa por haber volado en una compañía yanqui, pues voy dispuesta a comprobar cómo América se hace más grande. La ligereza embarga las cintas de equipajes y el control de salida, lejos de la habitual ferocidad de los guardias empeñados en detectar navajas multiusos o jamón ibérico en las maletas.

Una vez dentro del enjambre de acero y cristal, Manhattan despliega sus hechuras de jungla urbana entre la indiferencia y el caos, pero algo ha cambiado. Aquella mezcla de olor a perrito caliente, alcantarillas humeantes, gofres, especias y azufre ha sido sustituida por el olor de la hierba quemada, como si una promesa rastafari hubiera envuelto la ciudad en una gigantesca vaharada de marihuana. Manhattan huele a porro las veinticuatro horas. Un impresionante despliegue de cogollos clasificados y vapeadores, pero también de cookies, chuches y zumos hace las delicias de aquellos viciados que hoy se sienten libres y legales en la América de Trump. Una mujer trajeada enciende su canuto de sativa frente a un par de agentes federales y la extrañeza invade la escena. Los tres achinan los ojos, ligeramente colocados.
Algo ha cambiado en Manhattan: huele a porro las veinticuatro horas
Hace treinta años, en EE.UU. los fumadores de nicotina eran unos apestados, la otra cara de la obsesión por la salud, el fitness y los omega 3. Hoy, una economía sumergida ha aflorado más de 4.000 millones de dólares de beneficios anuales. Los datos son del 2023, año en que los norteamericanos gastaron más en marihuana que en chocolate o huevos de gallina. Varios estudios avalados por universidades e institutos de salud mental contradicen los malos augurios: el consumo juvenil ha disminuido después de la legalización.
La boyante economía del cannabis empuja a un nuevo paradigma cultural, pues aquello que durante años fue perseguido por la ley hoy afloja la mandíbula de unos ciudadanos que ya no se sienten a salvo, quebrados en su fuero interior, sean inmigrantes, gais, feministas, wokes o demócratas en shock. Vuelve lo clásico, lo dorado e incluso lo hortera desde la torre de mármol rosa de Trump. De ahí que la marihuana se use como antídoto para frenar la angustia de que América se haga más y más grande.