Cuál es la última droga que has tomado, preguntó el doctor Fernando Caudevilla en el programa Herrera en Cope. Y Pedro Piqueras agarró su teléfono móvil y respondió: Pues la última droga que he tomado es esta, el smartphone. Un grupo de chavales, partiéndose de la risa, la reproducían una y otra vez en sus móviles. Los adolescentes no conocían a Piqueras, pero les hacía gracia la manera que tenía Piqueras de decirlo, suficiente para que ellos hubiesen convertido la frase en meme.
Ha empezado el curso escolar con la prohibición de llevar móvil en infantil, primaria y ESO. Me alegro. Y creo que Piqueras también. Habrá una generación de jóvenes que en unos años alucinarán cuando les cuenten que hubo un tiempo en el que se podía ir con el móvil al insti. O que, para que no diesen la turra, se entretenía a los niños pequeños dejándoles el smartphone mientras sus padres cenaban alegremente con sus amigos.
Será el equivalente a cuando recordamos que antes se les daban cigarrillos a los niños en las bodas. O que se fumaba en los aviones. O se conducía sin cinturón de seguridad. O que había gente que pensaba que la Tierra era plana. Todas las épocas tienen fenómenos que con el tiempo parecen inexplicables. Algunos perduran como creencias ancestrales. Lo de que la Tierra es plana no lo hemos acabado de superar. O los que niegan el cambio climático. O los que aseguran que los jueces no hacen política. O que el castellano corre peligro en Catalunya. O los que tumban leyes favorables a la mayoría de la población, como reducir la jornada laboral. O cuando se muestra comprensión por cómo actúa el Gobierno de Israel. O que el Barça jugará su próximo partido en el Nou Camp Nou.
Todas las épocas tienen fenómenos que con el tiempo parecen inexplicables
Cuando llegó la heroína a España, nadie explicó los efectos secundarios de aquella droga. Es más, entre los primeros consumidores se exaltaban sus virtudes. En una entrevista a Nacho Cano, el mismo que ahora dice que de este Gobierno criminal solo nos salvará la Guardia Civil, explicaba que a principios de los ochenta le comentó a su grupo de amigos, todos toxicómanos, que iba a dejar de consumir aquello que tanta felicidad les daba, que no lo veía claro. Y sus colegas le contestaron: “Tú mismo”, como si la decisión del exteclista de Mecano fuese una chifladura. Hasta los ochenta no hubo campañas de prevención contra las drogas. Mítica aquella de Maradona en la playa de Castelldefels rodeado de chavales: “Si te ofrecen droga, simplemente di no”.
Mi madre me avisó de otra manera: “No cojas caramelos de desconocidos en la puerta del colegio, que llevan droga”. Pero de lo del smartphone no me previno nadie. Ahora intento dejarlo, pero no puedo. Volví de vacaciones feliz, como si saliese de desintoxicarme en El Patriarca. Había disminuido el consumo, pero he vuelto a recaer. De la droga se sale, del smartphone no.
Si fuese Antonio Vega, le escribiría una canción. Al no tener ese talento, me queda reconocer los chutes de felicidad que me sigue proporcionando el jodido móvil. Esta semana mismo, la pantalla se iluminó y me empezaron a saltar vídeos de los diálogos que mantuvieron David Broncano con Mariló Montero, en La revuelta. Parecía que llevaban un guion. Las dos Españas, o algo parecido, en prime time reunidas en un mismo plató. Tirándose pullas sin perder la sonrisa. Ella jugando al ataque en campo contrario. Defendiendo que los toros no sufren en las corridas (es acupuntura, remató Grison) o revelándonos, como si le dijese a Rick en Casablanca “qué escándalo, aquí se juega”, que TVE era una televisión pública sesgada a favor del Gobierno. Hasta que un señor del público le habló de Telemadrid. ¿Quién se desengancha así del smartphone, Pedro Piqueras?
