Tal vez el tema que voy a tratar no sea precisamente el más oportuno para encontrarme de nuevo con ustedes, queridos lectores y queridas lectoras, tras las vacaciones de un agosto tan cruel. Mis disculpas por adelantado y el aviso de que voy a ocuparme de un asunto duro.
A lo mejor ustedes estarán pensando en la posibilidad de que me refiera al hecho duro, durísimo, de que el dictador chino y el dictador ruso hayan encontrado la manera de seguir viviendo y, mucho peor, gobernando durante 150 años, y que su ejemplo haya empezado a cundir. Para no ser menos Trump y Netanyahu también deben de estar por la labor de conseguir en breve la receta de la longevidad vip. E imagino que, para no quedarse atrás, muchos otros líderes europeos maniobrarán igualmente en busca de la fórmula azul de la nueva Viagra total.
En contraste con la noticia de la obsesión por vivir eternamente de los poderosos nos llegaba ya hace días la del suicidio del norteamericano de dieciséis años Adam Rainer, auspiciado, al parecer, por el ChatGPT. Un ejemplo de la vulnerabilidad de los adolescentes y del desamparo que les puede llevar a quitarse la vida.
El suicidio suele considerarse tabú, pero como el miércoles pasado celebramos el día mundial de la Prevención del Suicidio, me detendré sobre el asunto.
Cierto que los días mundiales celebratorios, en general, sirven solo para poner velitas de cumpleaños en pasteles de banalización, pero algunas veces nos permiten recordar aspectos que no tenemos demasiado en cuenta y que son, en cambio, de importancia capital.
El suicidio es, en muchos países occidentales y concretamente en el nuestro, la mayor causa de muertes juveniles. Según datos ofrecidos en el 2024 por la subdirección general de Información Sanitaria, las defunciones por suicidio en España han experimentando un ascenso desde el año 2018 hasta el 2022. La cifra de suicidios se incrementó en este periodo cerca de un 20%, pasando de 3.539 en el 2018 a 4.227 en el 2022, aunque en el 2023 el número de suicidios descendió a 4.116, según los datos definitivos publicados por el INE. Sin embargo, ese descenso no se produjo entre las personas de 15 a 29 años y de 30 a 44 años, que aumentaron en 13 y 30, respectivamente.
Muchos de los suicidios de adolescentes tienen que ver con el hecho de sufrir ‘bullying’
Los datos son estremecedores y evidencian que algo falla en nuestras sociedades y más aún si pensamos en la gente joven que, con toda la vida por delante, decide abandonarla. No se trata de que no le encuentren sentido, la consideren absurda, como los existencialistas aseguraban. Recordemos que Albert Camus escribió en El mito de Sísifo: “El principal problema de la filosofía es el suicidio”, sino que lo que intentan es evitar, de una vez por todas, el sufrimiento, acabar con su dolor.
Muchos de los intentos de suicidio y los suicidios de nuestros adolescentes tienen que ver con la inestabilidad emocional que la etapa conlleva, con los consiguientes cambios hormonales, pero sobre todo con el rechazo del que son objeto por parte de sus compañeros, el llamado bullying, algo que no es nuevo y que también muchas otras personas de mi generación padecieron sin que eso les llevara al suicidio.
No deja de ser curioso que los suicidios han ido aumentando a medida que la sociedad del bienestar lo ha hecho y los ciudadanos han ido abandonando las prácticas religiosas. No hay que olvidar que la religión católica prohíbe el suicidio ya que solo Dios tiene atribuciones sobre las vidas humanas y no hace tanto, cuando el infierno no eran los otros, sino el lugar ígneo por excelencia, el alma del suicida tenía asegurado el peor puesto en las calderas de Pedro Botero, además del rechazo corporal a ser enterrado en sagrado, lo que suponía ser postergado al cementerio civil.
Este verano, a raíz del suicidio de dos personas cercanas a un grupo de amigos, he presenciado varias conversaciones que acababan siempre en controversia acerca del valor o la cobardía de quienes toman tal decisión y también sobre lo que implica el hecho de ejercer la libertad de vivir o morir.
No obstante, en todos los casos que conozco y presupongo que en la inmensa mayoría de los que figuran en las estadísticas, lo que trataban los suicidas con su muerte era evitar el dolor, su dolor o el causado a sus familias con conductas inapropiadas que, no obstante, eran incapaces de corregir.
Un dolor que, en muchos casos, podría paliarse con más ayudas a la prevención para evitar suicidios.
