Una tarde con Sócrates

Vemos un maestro rodeado de sus alumnos. Es un relieve funerario romano del siglo II d.C. El niño de la derecha lleva en la mano lo que hoy llamaríamos una tablet, hace mil ochocientos años se llamaba tabella: una tablilla de madera recubierta de cera sobre la que escribían, borraban, y volvían a escribir. De ahí viene nuestra palabra tableta. La gran in­novación del siglo XXI… ya la habían inventado los romanos, aunque, eso sí, su batería era mejor que la actual, era infinita.

Inicio del curso escolar en el instituto Parc de la Ciutadella. 08-09-2025. Foto: Miquel Muñoz / Shooting

  

Miquel Muñoz / Shooting

Recuerdo esto a propósito del inicio de curso esta semana, marcado por la muy acertada retirada de los dispositivos digitales en infantil y primaria en los colegios de varias comunidades autónomas (con Catalunya, Madrid y Galicia a la cabeza), para frenar la dependencia tecnológica y mejorar el rendimiento académico de los alumnos. La escuela ha de ser un espacio libre de la dictadura digital. Estoy muy a favor de lo digital, faltaría más, pero la educación a través de una pantalla no es educación. Es absolutamente revelador que los altos directivos de Silicon Valley –los que fabrican nuestro presente hiperconectado– envíen a sus hijos a colegios donde se lee un libro, se escribe a mano y, sobre todo, donde se tiene al lado a un maestro de carne y hueso.

Steve Jobs veía la escuela del futuro con pantallas, pero añadió: “Cambiaría, si pudiera, toda la tecnología por una tarde con Sócrates”.

En el 2001 Newsweek preguntó a grandes expertos en tecnología y educación cómo sería la escuela del futuro. Todos la imaginaban ¡y deseaban! llena de pantallas y dispositivos digitales. Steve Jobs, el cofundador de Apple, también la veía con pantallas, pero añadió esta frase memorable: “Cambiaría, si pudiera, toda la tecnología por una tarde con Sócrates”. Jobs, que había revolucionado el mundo con el Macintosh –luego llegarían el iPhone y el iPad– reivindicaba, precisamente él, que ninguna pantalla sustituye al valor del maestro y del diálogo socrático: el arte de enseñar a pensar y a hacerse preguntas. La clave de la educación no son los dispositivos, son los maestros. Siempre lo han sido, siempre lo serán. Como el maestro de Camus, Louis Germain. Como Gregorio Luri.

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Al final, después de tantas pantallas, aplicaciones y algoritmos, nos damos por fin cuenta de que la mejor innovación en la escuela, de que lo más progresista –que no falte la palabra progresista – sigue siendo un alumno con papel, lápiz y goma de borrar, y un buen maestro con pizarra y tiza. Qué antiguo. Qué revolucionario. Una tarde con Sócrates.

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