Los misteriosos colmados 24/7

Si no sabe qué hacer con su vida, si los negocios se deshacen como humo entre los dedos, su sueldo recuerda a El increíble hombre menguante, el alquiler le devora cada mes un pedazo de esperanza y sus títulos­ académicos no valen ni para empapelar un cuartucho de cohousing, no se angustie. Abra un supermercado 24/7. Rentabilidad garantizada. En un tramo de la calle Mallorca, hay tres separados apenas por cien metros. En la rambla Catalunya los abren unos frente a otros.

Hablo de calles donde comprar o alquilar solo está al alcance de millonarios expatriados, narcotraficantes o políticos de países desesperados. Tiene algo de cruel: vender Fairy, latas de atún y pan Bimbo permite plantar cara de igual a igual a Louis Vuitton y Gucci, a Rabat y a Suarez, mientras los barceloneses, sobre todo los más jóvenes, se ven expulsados de la ciudad.

foto XAVIER CERVERA 18/03/2017 los badulakes pakistanies en barcelona, nacieron y empezaron a establecerse en el barrio del Raval, pero hoy en dia no son territorio exclusivo del distrito 01 ,estan en todos los distritos de la ciudad, por todo el eixample, y llegan a la zona alta, como el de avinguda sarria con avinguda diagonal (lado mar), en la imagen abren -la mayoria- las 24 horas del dia

 

Xavier Cervera / Archivo

No sé si los empleados de esos colmados cumplen con las leyes laborales del país. Hay que suponer que sí y que nadie en Barcelona trabaja en régimen de semiesclavitud, con lo que la cosa aún se entiende menos. ¿Pueden pagar alquileres monstruosos en el Quadrat d’Or al mismo tiempo que sueldos decentes, horarios legales y vacaciones? Y si, en vez de empleados, son todos ellos empresarios solitarios que sostienen con su trabajo insomne una economía incomprensible, aún es más difícil asimilar que sus países de origen no sean mecas mundiales de prosperidad y desarrollo.

Si se han fijado, predominan los nacionales de Pakistán, casi siempre hombres morenos y silenciosos que puedes ver a primera hora de la mañana y a la vuelta del trabajo con la misma expresión resignada, vendiendo doritos con una seriedad que desarma cualquier ironía. Ignoro si los ciudadanos de ese país reciben facilidades especiales de nuestros munícipes, pero uno no puede dejar de imaginar (para luego reírse) que, en Islamabad y Lahore, existan equivalentes de nuestras calles. Colmados regentados por catalanes vendiendo productos globales y algún bote de anchoas de l’Escala, por mor de una justicia poética que nunca acaba de llegar.

El tejido de los barrios y el comercio histórico han sido sustituidos por la lógica del rendimiento inmediato

Desde mi balcón, Barcelona se ha convertido en un cementerio de negocios y sueños. Ya no están los laboratorios fotográficos ni la tienda de ropa de tallas grandes frecuentada por travestis desmaquillados ni tantos bares de barrio, de café cortado en vaso de cristal, que han desaparecido sin dejar rastro, como tiza borrada de una pizarra. Unos se transformaban en los otros, pero siempre con un poso de fracaso. Donde estaba la tienda de ropa, abrió un local de ensaladas modernas, llevado por un chico y una chica de aspecto tímido que pasaban horas mirando por la ventana. No solía entrar nadie y acabaron cerrando tan silenciosamente como habían abierto. Ahora el escaparate exhibe carcasas para móviles y otra chica tímida contempla la calle con aire ensimismado, preguntándose si todo es tan nuevo e innecesario como ella. Pronto abrirá otro colmado 24/7 que los sobrevivirá sin contemplaciones y me recordará mi ignorancia sobre las leyes inexorables del progreso.

Barcelona es una ciudad suspendida entre el pasado y la supervivencia. Olviden todo eso del MWC y los grandes eventos: pura fanfarria para los bolsillos de unos pocos. Lo que antes eran pequeñas librerías, talleres, bacallaneries o bares con nombre propio son hoy locales de conveniencia, burbujas de otros mundos que parecen dejadas caer por algún extraterrestre bromista. Solo quedarán las grandes cadenas, las joyerías de lujo, los restaurantes donde los vecinos del barrio no podrían pagar ni un café… y esos misteriosos colmados.

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A sus habitantes nos queda abrir uno de ellos y ver si funciona la magia de las Mil y una noches, ingresar en el sector público o probar suerte en la política. Son las únicas estrategias viables en un lugar en el que se ha perdido la compasión y el sentido de la ciudad. Donde el tejido de los barrios, el comercio histórico y las iniciativas personales han sido sustituidos por la lógica del rendimiento inmediato en una nueva edad media de burócratas y rentistas.

Los supermercados de 24 horas son el espejo de una ciudad rendida, un recordatorio de que a los barceloneses solo les espera el extrañamiento y el desarraigo; un síntoma de que la razón se ha esfumado y el espacio de todos se ha vendido al mejor postor. Barcelona ya no ofrece oportunidades, tan solo instrucciones de supervivencia, un encogimiento de hombros y el mensaje de que el futuro es un lujo inaccesible.

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