Hay una canción de Jorge Drexler que podría ser para algunos –lo es para mí– una especie de mezcla entre brújula, constitución íntima y una casi esencia de los diez mandamientos. Pronto hará veinte años de la creación de esta bellísima canción, que dice: “ Soledad / Aquí están mis credenciales / Vengo llamando a tu puerta / Desde hace un tiempo”.
¿Cuál es nuestra relación con la soledad? Cada uno contará su versión. La mía con la soledad es algo –como seguro para muchos– íntimo, natural, que estira las costuras de mi espacio y tiempo. Me pone a prueba porque desmonta y vuelve a montar –acaso con menos piezas– la suma de mis pensamientos y sentimientos. La soledad me da mucha información de quién soy en ausencia de otros. Y me dice cuál es la relación de los otros conmigo. La soledad más informativa y formativa es la que sientes (en algunas ocasiones y contextos) cuando estás acompañado.
Me hago mayor –si no es que lo soy ya, de casi todo– y quiero cada vez menos cosas y las que quiero, las quiero más, porque las veo más nítidamente. Es curioso que a medida que declina la vista, aumentan (en algunos casos, si envejeces bien) la precisión y claridad de la mirada.
La canción de Drexler sigue diciendo: “No te fijes mucho en lo que dicen / Me encontrarás en cada cosa que he callado” y continúa con una maravillosa línea que podría ser el principio y el final de una esfera perfecta: “ Ya pasó / Ya he dejado que se empañe / la ilusión / de que vivir es indoloro”.
La esperanza me parece deliciosa, especialmente cuando no es útil
A veces estamos en una tarde en la que no debe pasar nada y, en una hora, ¡te saltan tres sorpresas! Que te recuerdan que la vida no es nuestra, que es de sí misma… y de los otros. Surgen tres encuentros, bellísimos, especialmente por inesperados, que te hacen saber que la vida puede ser tan maravillosa como le apetezca, sobre todo si optas por tener la puerta abierta.
No existe vida sin riesgo. Creo que era Hermann Hesse quien dijo que debemos caminar en dirección a nuestro temor, pues allí está nuestra única esperanza. La esperanza me parece deliciosa, especialmente cuando no es útil. Porque, entonces, cuando es útil, deja de ser esperanza y es algo así como un mercado de valores. Valioso, pero en otro contexto, en aquel donde las cosas tienen precio, pero no siempre, ni tan claramente, valor.
La soledad es algo muy íntimo. Me parece recordar que alguien apuntó que cada uno es especialmente singular en el momento de morir, pero, para no terminar de un modo tan sombrío, lo realmente hermoso es cómo bailamos la letra y la música de esta samba de Drexler. Y nos entregamos a la alegría de no huir de lo doloroso.
