Valentía o fin de era

Duele ver en las pantallas, en redes y televisión, el genocidio en Gaza y la destrucción de Cisjordania en directo, la guerra de Ucrania, el asesinato de un extremista de derechas norteamericano o las berreas parlamentarias de aquí, EE.UU., Francia, el Reino Unido y otros países. Son bastantes los seres humanos que dejan de seguir el día a día de los asuntos públicos, asqueados de que todo vaya a peor y ninguna autoridad moral logre imponer el sentido común ante el malestar ni aminore las llamaradas de crueldad, amenaza y extremismos que han conquistado el presente.

Demasiados políticos de primer orden incendian los parlamentos en busca de generar más ira, odio y distorsión, también se burlan de los derechos que las generaciones de los años sesenta y setenta con­siguieron transformar en leyes y costumbres cotidianas en favor de sociedades más ­libres.

An European Union flag flutters outside the EU Commission headquarters in Brussels, Belgium, January 12, 2016. REUTERS/Francois Lenoir

  

Francois Lenoir / Reuters

Las políticas públicas de la extrema derecha niegan el cambio climático, combaten la libertad sexual y de género, el feminismo, la necesidad de vacunar a la población, a la vez que reducen los presupuestos del sistema público de salud y cuartean la educación en segmentos productivos y tecnológicos sin dar cuenta de los contextos históricos, ni la comprensión geográfica y cultural del planeta. Tampoco desarrollan la necesaria unión de cultura y naturaleza como principio fundamental de la especie.

Muchos cargos electos llegan a denigrar las leyes de la democracia que les permite gobernar. En un lugar preeminente hay que situar al presidente de EE.UU., en proceso de cargarse las leyes constitucionales, el sistema jurídico liberal del país y el orden global que ha posibilitado la existencia, la prosperidad y la influencia de EE.UU., imponiendo políticas negacionistas, xenófobas y antidemocráticas. Por no hablar de la imposición de aranceles que pueden hundir la economía mundial.

Europa no puede seguir en Babia frente a los actores autoritarios que buscan el control total de la población

A los ciudadanos que no comulgan con ningún extremismo, mantienen la moderación y repudian la polarización por considerarla antesala de la violencia, les duele aceptar la crisis de credibilidad de las democracias parlamentarias europeas, gestionadas por las burocracias de unos partidos políticos que no garantizan la igualdad de oportunidades ni la trasparencia.

La libertad de opinión se ha limitado durante años en aras de lo políticamente correcto. La autocensura y la cultura programada por las burocracias institucionales han ideologizado la trasmisión y comprensión de lo que realmente estaba sucediendo. El amiguismo, una jerarquía partidista impuesta por muy pocos, y la corrupción que campa al antojo de los que controlan los instrumentos administrativos, han sido el colofón de lo que desde hace ya tiempo ha desestructurado el tejido social y emergente de las democracias.

El individualismo y la desmembración social propiciada por la digitalización exigen una educación política e histórica amplia y de calidad, que desarrolle entre otros asuntos de dónde sale la declaración de los Derechos Humanos, cuáles son, qué países la han firmado y cuáles son los organismos que velan por su cumplimiento y de qué modo. Europa y los valores que dice defender no pueden seguir en Babia frente a los actores autoritarios que buscan el control total de la población, usando el malestar reinante, especialmente de la juventud que no se siente partícipe de nada.

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Pepe Ribas
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La juventud necesita un orden distinto. Parte de ella vota a contracorriente como venganza a un sistema que considera muerto. El ejemplo ético y moral de los demócratas no puede seguir siendo palabras huecas, promesas incumplidas o cobardía ante el chantaje de los todopoderosos. La democracia europea solo pueden ser actos, hechos, políticas, compromisos, hablar claro y dar ejemplo de lo que es un Estado de derecho aquí y en cualquier parte.

Cumplir con la justicia social libre e independiente es un hecho consustancial. La debilidad aburre. Si una parte de la juventud sin horizonte ni ejemplo moral apuesta en Europa por opciones parecidas a las que causaron la hecatombe que supuso la II Guerra Mundial es por la multitud de injusticias y las practicas públicas fallidas. Tampoco las democracias han sabido resolver la inmigración ilegal, masiva en demasiados lugares. La valentía en el modo de afrontar los conflictos es la madre necesaria de todas las batallas.

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