Javier Milei está contra las cuerdas, como lo estuvo, en diferentes circunstancias, la dictadura militar argentina en abril de 1982. En aquel momento, los generales Galtieri y compañía apelaron a la bandera. Recuperaron o, según el punto de vista, invadieron las Malvinas. No les salió bien.
Hoy los vientos corren a favor para repetir la jugada, en el caso de que el presidente argentino se viese tentado. Iría más lejos. Nunca las estrellas han estado mejor alineadas para que Argentina tome las islas y se las quede. “Los piratas ingleses” no mandarían la flota esta vez. Se quedarían en casa llorando.
Dicho esto, quizá la antigua nación imperial no esté tan mal como decía Charlie Kirk, aquel norteamericano que tuvo la desgracia de acabar siendo más famoso muerto que vivo. Un par de meses antes de ser asesinado, Kirk había descrito el Reino Unido como “un infierno totalitario tercermundista”. Kirk, cuya especialidad no era la ironía, no habría entendido que lo de “totalitario” se podría aplicar hoy con más fundamento a su propio país. El totalitarismo significa el reino no de la ley sino del poder, y por ese camino va Estados Unidos.
¿Y el Reino Unido como infierno? Si tuviese que vivir el resto de mis días allá, entraría en una profunda depresión. (Si se me condenara a mudarme a Estados Unidos, directamente me suicidaría.) Pero decir que la nación de Shakespeare, Newton, Churchill y Mick Jagger es un lugar infernal es pasarse un poquito.

Ahora, lo de “tercermundista” es más difícil de refutar. Especialmente, después de los tributos que la familia real inglesa rindió a Donald Trump en el castillo de Windsor esta semana. Fue como si a finales del siglo XIX una colonia del imperio británico como Fiyi (o Gibraltar) hubiera recibido una visita de la reina Victoria. Tan agradecidos habrían estado los súbditos, tan felices de que se les haya permitido el honor de montar un espectáculo folklórico –un bailecito, o un desfile, o una canción– ante los ojos condescendientes de su imperial majestad.
Pero, como en aquellos tiempos, el país que manda pide a cambio lo que Shakespeare llamaría su “libra de carne”. Una ironía que quizá Kirk, o incluso Trump, sí podrían apreciar es que Estados Unidos, anteriormente una colonia británica, ha colonizado al colonizador. En Europa, al menos, no hay nación más sumisa al emperador Donald. Y no solo por los gestos de pleitesía que recibe de sus majestades Carlos y Camila, o del primer ministro, Keir Starmer, sino también en lo material.
La tecnología de EE.UU. penetra en todos los rincones de las instituciones del Reino Unido
¿Qué hacía el imperio británico en Fiyi, o en Jamaica, o en India, o incluso, aunque no fuese estrictamente una colonia, en Argentina? Saqueaba toda la riqueza posibles de sus tierras y exprimía a su gente. Hoy, el valor económico que el Reino Unido aporta a Estados Unidos es enorme, cada vez mayor y, aparentemente, no negociable. Las reglas del pillaje se imponen unilateralmente en Washington o en California.
Los Estados Unidos de Trump no se están limitando a los aranceles para imponer su voluntad en los asuntos internos de otros países. En el caso británico, la tecnología estadounidense penetra en todos los rincones de las instituciones de Estado, a lo Gran Hermano. Peter Thiel es una de las eminencias grises detrás de Trump, un fascista puro y duro (no, aquí no hay debate) que abiertamente desdeña la democracia. El sistema informático de la empresa del megamillonario Thiel ha penetrado en los departamentos nacionales de salud y defensa del Reino Unido. Oracle, la empresa del hoy hombre más rico del mundo y también amigo de Trump, Larry Ellison, opera los sistemas internos de otros cuatro departamentos gubernamentales británicos.
La autoridad del Gobierno británico se diluye frente a los deseos de Washington
Por otro lado, los modelos de inteligencia artificial de redes sociales como X, Instagram o Facebook sirven para sabotear, al estilo ruso, las instituciones políticas británicas. Como en tantos otros países, Microsoft y Google conquistan mentes y corazones, y bolsillos. A diferencia de otros países, el Reino Unido ha cedido a la presión yanqui y ha reducido casi a cero los impuestos de las grandes empresas digitales norteamericanas. Sus ganancias no se quedan en el Reino Unido, sino que vuelven a Estados Unidos, o a los paraísos fiscales. La autoridad del Gobierno británico se diluye frente a los deseos de Washington.
Y encima, el imperio trata a sus vasallos con desdén. Sí, es verdad que en su discurso en el castillo de Windsor, Trump masajeó la vanidad de sus anfitriones declarando que la relación de su país con el suyo era no “especial”, sino lo siguiente. Pero a la vez se tomó la licencia, por no decir impertinencia, de aconsejar al Gobierno británico que imite su ejemplo y mande a la tropa a controlar la inmigración, de jactarse del ejemplo que está dando en su país de represión a la libertad de prensa, de insultar abiertamente al alcalde musulmán de Londres, Sadiq Khan, e insistió en que no fuese invitado al banquete con el rey y la reina. El rey y la reina, faltaría más, obedecieron.
De paso, Elon Musk, el dueño de X y otras cosas, apareció en una imagen de vídeo gigante durante una manifestación de la extrema derecha en Londres la semana pasada en la que pidió a sus correligionarios que derrocaran al Gobierno británico. “¡Luchar o morir!”, exclamó. Un país un poco menos dispuesto a humillarse ante el gigante americano hubiese insistido en la extradición y el encarcelamiento de Musk. El primer ministro Starmer se limitó a decir que sus declaraciones eran “inaceptables”.
Starmer es del Partido Laborista, de centroizquierda. Al menos algo dice contra los Musk y los Kirk, aunque con Trump todo sean alabanzas. Lo curioso es que la derecha conservadora se queda callada, y eso que fueron ellos los que impulsaron el bendito Brexit, insistiendo en que pertenecer a la Unión Europea socavaba la soberanía británica. Hoy se ha cedido infinitamente más soberanía a Washington que a Bruselas, pero ni pío.
Volviendo a la oportunidad histórica que Argentina tiene de recuperar sus territorios en el Atlántico Sur, la relación Estados Unidos/Reino Unido se ha convertido en lo que ha sido durante casi dos siglos la relación Reino Unido/Malvinas. Quizás hoy, ante semejante papelón, los malvinenses reciban a los argentinos con un baile, un desfile y una canción.