¿El alma de Europa está en juego?

LA COMEDIA HUMANA

Una amiga madrileña hizo un curso hace unos años para adiestrar perros. Entre las técnicas más eficaces que aprendió, “la del maltratador”. A veces premias al animal cuando hace lo que le pides, a veces no. Lo mantienes en un estado permanente de obediente desconcierto.

“Como el maltratador con su pareja”, me explicó mi amiga, “te lleva la mayor parte del tiempo a los infiernos, pero a veces te lleva a los cielos”. A la espera, siempre, de aquel infrecuente pero maravilloso momento de felicidad, sigues a su lado. Su imprevisibilidad te tiene, como al perro, bajo total control.

Así, justo así, es como Donald Trump mantiene a raya a sus perritos falderos europeos. Chasquea los dedos y vienen corriendo a él, meneando las colitas. Hemos visto ya varias veces la escena de Trump sentado en el trono del despacho oval rodeado de líderes europeos, atentos y firmes, jadeando como una camada de caninos ante la posibilidad de que les tire un hueso, alerta a que les dé un castigo.

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Oriol Malet

Sea el tema la ayuda militar a Ucrania (el hueso) o el arancel comercial (el castigo), la constante es la sumisión. Sobran los ejemplos. La presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen, desesperada por tener un cara a cara con Trump, fue volando a uno de sus campos de golf en Escocia para rendirle pleitesía. Mark Rutte, el secretario general holandés de la OTAN, ha caído en la costumbre de llamar a Trump daddy (papito), como una actriz porno mexicana.

Pero el premio se lo lleva el primer ministro británico, Keir Starmer. Nada más asumir Trump el poder, se subió a un avión y le invitó a hacer una visita de Estado. Se celebrará esta semana con una ceremonia ante la tumba de la reina Isabel II, reuniones con los actuales monarcas y un banquete en el palacio incluidos. Se supone que sus majestades tendrán el detalle con los demás invitados de colocar frente a cada silla, como en los aviones, una bolsa en caso de vómitos. Nadie se engañará, salvo el niño Donald, con las sonrisas forzadas de Carlos y Camila. Ellos sienten el mismo desdén por el presidente de Estados Unidos que sus súbditos, la mayoría de los cuales ven la visita como una vergüenza nacional.

Trump chasquea los dedos y Von der Leyen, Rutte y Starmer van corriendo hacia él

La cuestión no es tanto por qué los europeos están tan dispuestos a humillarse de semejante manera. Ya saben –mejor que nadie– los Starmer, Rutte y Von der Leyen que el rey de la Casa Blanca es un perfecto cretino cuya mente, en la feliz frase de un comentarista estadounidense, es como un saco de hurones con diarrea. La cuestión, la única cuestión, es si vale la pena el bochornoso espectáculo que están montando; si ser cómplice de la noción trumpiana de la política como show televisivo esconde un astuto pragmatismo; si el denigrante ritual rinde resultados.

De momento habría que decir que no. Por un lado, un acuerdo arancelario muy desfavorable a la UE; por otro, promesas de ayuda a Ucrania, y de sanciones económicas a Rusia, incumplidas. Como decía el otro día un columnista del Financial Times, Europa está poniendo su alma en riesgo. Encontrarse en una situación en la que hay que estar permanentemente fingiendo o, más bien, mintiendo, es veneno para la democracia. Al permitir que la farsa triunfe sobre la realidad se acelera la trumpificación de la política europea. Bonito­ ejemplo –y aliciente– para Santiago Abascal en España, para Nigel Farage en el Reino Unido, y para los demás fantoches de la extrema derecha del Viejo Continente.

Pedro Sánchez y Vladímir Putin le han plantado cara a Trump y de momento han salido ilesos

Tenemos más ejemplos, más lejos, de lo poco rentable que sale hacerle la pelota a Trump. Narendra Modi, el primer ministro de India, pensó que había conquistado su inconstante corazón. En el 2019 Modi le visitó en Texas, le llamó “un amigo de verdad” y paseó de la mano con él. Lo último fue que Trump impuso aranceles del 50% a India y se han hecho mejores amigos con el líder de Pakistán, el archienemigo de Modi, que ahora busca consuelo en los brazos de Putin.

Japón y Corea del Sur, supuestamente los principales aliados estratégicos de Estados Unidos en Asia, tampoco tienen motivos para celebrar el éxito de los peregrinajes que han hecho este año sus líderes a Washington. Ambos sucumbieron a la extorsión que Don Trumpeone practica con los europeos y firmaron acuerdos comerciales manifiestamente desfavorables para las economías de sus países. Su lógica había sido: “Nos hizo una oferta que no podíamos rechazar y, bueno, podría haber sido peor”. Hoy Japón se enfrenta a otra subida de aranceles y Corea del Sur ha tenido que soportar la deportación de 300 de sus trabajadores de suelo estadounidense por nadie sabe muy bien qué motivo. En ambos países se ha despertado, como consecuencia, una tormenta política. Gracias, Donald.

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Otro argumento en contra de la práctica de humillarse ante Trump es que no les ha ido tan mal a los que no lo han hecho. Putin, por ejemplo. Sí, el presidente de Rusia le sonríe, le manda regalos, pero no le hace el más mínimo caso. Básicamente, se ríe de él. Represalias, cero. Tenemos también a Pedro Sánchez, descrito esta semana por The Economist como “el líder de la resistencia europea anti-Trump”. En una cumbre de la OTAN en junio Trump exigió a los aliados un gasto en defensa del 5 por ciento del PIB. Sánchez rechazó la propuesta, al considerarla “desproporcionada e innecesaria”. Ha criticado también los aranceles que Trump ha impuesto­ a la Unión Europea, calificándolos de “injustificados e injustos”. Pero,
de momento, los castigos con los que Trump ha amenazado a España no se han materializado.

Claro, Trump es tan absolutamente imprevisible, tan a merced de sus caprichos e inseguridades, que quién sabe si mañana o pasado España sufrirá duras consecuencias. ¿Quién sabe si hacerle reverencias al líder del país más rico del mundo, con el poderío militar más grande del mundo, no acabará siendo la política más sensata? El resto de la UE ha sido más humilde que Sánchez, más consciente de su relativa debilidad frente al gigante del otro lado del océano. Me recuerda un diálogo de la película My Fair Lady. Un gentleman rico, escandalizado ante la falta de vergüenza de un barrendero, le pregunta: “¿Pero, hombre, no tiene usted principios?”, y el barrendero le contesta: “No me puedo permitir el lujo de tenerlos, jefe”.

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