El “esto no se puede decir”

La encuesta de ayer de La Vanguardia sorprendió. No por inesperada, sino por verla publicada: Aliança Catalana y Vox sumarían 35 de los 135 escaños del Parlament. Dos partidos sin apenas estructura territorial y sin presencia institucional relevante hasta hace poco, convertidos en una fuerza parlamentaria de primer orden.

¿Cómo se explica el ascenso? Entre otros, con un combustible común: dar voz a lo que otros callan. Vox y AC crecen no tanto por la solidez de sus programas como por una estrategia discursiva que conecta con un sentimiento muy instalado: hay temas que no se pueden debatir.

La portavoz del Grupo Mixto en el Parlamento de Cataluña y presidenta de Aliança Catalana, Silvia Orriols, durante el primer pleno desde que fuera elegido presidente de la Generalitat, en el Parlament, a 5 de septiembre de 2024, en Barcelona, Catalunya (España). El presidente de la Generalitat, Salvador Illa, explica hoy la composición del nuevo Govern en el primer pleno del curso político en el Parlament de Catalunya, en una comparecencia a petición propia que es su estreno ante los diputados desde que tomó posesión al frente del Ejecutivo catalán. El orden del día incluye la creación de las comisiones y votar un suplemento presupuestario para Salud.
Fecha: 05/09/2024.

Sílvia Orriols, la líder de Aliança Catalana 

Alberto Paredes / EP

El “esto no se puede decir” se ha convertido en la contraseña de una época. Un ciudadano comenta en el bar, en un grupo de WhatsApp o en la sobremesa familiar lo que piensa sobre inmigración, seguridad o el independentismo post 2017 y añade casi automáticamente: “pero claro, esto no se puede decir”. Es ahí donde entran estos partidos, que irrumpen con el megáfono, rompen tabúes a martillazos y verbalizan lo que parte de la población percibe como pensamientos censurados.

El “esto no se puede decir” se ha convertido en la contraseña de una época

La clave no es solo lo que dicen, sino el efecto espejo: ofrecen la sensación de liberación frente a un clima social que se percibe como rígido, moralizante o hipócrita. Por supuesto, la traducción política de esas intuiciones suele ser simplista o directamente peligrosa, pero no se puede entender su ascenso sin reconocer que capturan un malestar real.

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El resto de partidos, en cambio, se han instalado en el tacticismo. Hablan para no ofender, obsesionados con no salirse del guion. Por eso, cuando se enfrentan a Vox o a AC, recurren a cordones sanitarios que en la práctica resultan inútiles: estos partidos dominan las redes, viralizan mensajes y llegan directamente a un público joven al que la política convencional ha dejado de mirar a los ojos. Se les critica pero no se les rebate y esa ausencia de confrontación argumental es su éxito.

La paradoja es evidente: cuanto más se les excluye más refuerzan su papel de voz de lo prohibido. No crecen porque convenzan sino porque rompen un silencio. El reto para los partidos tradicionales no es levantar muros sino atreverse a ocupar ese terreno con inteligencia, sin regalar a Vox y a AC el monopolio de lo que “no se puede decir”.

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