Corrupto, traidor e indecente llamó Abascal al presidente del Gobierno en el primer pleno del Congreso tras el verano. Y la señora Armengol, como manda el reglamento, ordenó quitarlo del diario de sesiones. Sin embargo, ese borrado hurta algo a la historia; todo lo que se dice y hace en el hemiciclo debería quedar registrado. En los mítines de ultraderecha se corea: “Sánchez hijo de p…”. Su líder denuncia la “izquierda criminal” y el “gobierno de mafiosos”. ¿No se le dijo al presidente en el Congreso: “De qué prostíbulos ha vivido usted?”. Ya solo falta decir escoria, rata de cloaca o terrorista.

.
El discurso del odio y el riesgo de violencia van a más. Ojalá que en la calle no se pidan nunca fusilamientos. Después del “a prisión” puede venir “al paredón”. La política se ha vuelto revanchista en todas partes, y la lengua, que no tiene huesos, los rompe muy gruesos. Ha de saberse quién usa la retórica de la ira y seguir el rastro de sus efectos.
Confiemos en que el viento del autoritarismo y la infamia no conduzca a nadie a pedir fusilamientos y se huela ya a cadaverina. La Constitución española lo impediría, pero recordemos que se tardó 20 años en sacar del todo de ella la pena de muerte.
El discurso del odio y el riesgo de violencia van a más
En mi peor pesadilla, una mayoría parlamentaria vuelve a introducirla ante casos de “traición patria”, “reiterado separatismo” o, lo más fácil, “terrorismo”. Pero me despierto convencido de que no somos ni seremos un país de fusileros y no se encontrarían voluntarios para la ejecución y el tiro final de gracia.
Hace cincuenta años, en la España del destape, el Simca 1000 y el gobierno de Arias Navarro, unos tribunales militares más franquistas que Franco sentenciaron a cinco hombres a ser fusilados. Uno de ellos, Jon Paredes, alias Txiki, tras ser torturado en Via Laietana 43, fue juzgado en la misma sala donde 18 meses antes se había condenado a Puig Antich. Aquel fue atado a un árbol cerca del cementerio de Collserola, en Barcelona, mientras cantaba el Eusko gudariak.
Los seis guardias voluntarios del pelotón se cubrieron con barba y peluca para no ser reconocidos. Sus abogados, mi amiga Magda Oranich y Marc Palmés, asistieron al macabro final de ese extremeño de 21 años y recogieron del suelo diez casquillos de bala ensangrentados.
Pero no va a haber nuevas fosas, porque ya no somos como entonces y porque todavía hay que localizar fosas viejas. Ser ultra no es ser un mal nacido; pueden razonar y además son padres de familia. Solo que yo he tenido una pesadilla.