Dudo, luego existo

“Je pense, donc je suis”, dijo Descartes. Pienso, luego existo. Cogito, ergo sum, en su versión latina. El pensador francés, en el siglo XVII, se apropió de una larga tradición filosófica que arranca, al menos, con san Agustín, el águila de Hipona: el hombre que no tiene certezas y que solo sabe que su pensamiento, es decir, su duda sobre todo lo demás, le demuestra que él existe.

En vida de Descartes se le acusó además de haber saqueado a dos pensadores españoles del siglo XVI, Francisco Sánchez, apodado el Escéptico, y muy en especial al médico Gómez Pereira. Ya conocen ustedes la tradición de nuestros vecinos del piso de arriba: Pablo Picasso, pintor francés nacido en Málaga.

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Pero no se trata de restarle méritos al bueno de René, padre putativo de la duda metódica como forma de pensamiento y que tan imprescindible sigue resultando para navegar en este mundo proceloso de hoy, donde todo son certezas, afirmaciones rotundas y nomecabelamenorduda.

Pongan en duda las redes sociales, a los líderes de opinión y hasta a los meteorólogos

Ayer fue el equinoccio de otoño y hoy martes, inmersos en lo que se supone será otro otoño caliente, Descartes sigue siendo una advocación necesaria y benéfica. Muy otoñal, desde luego. Frente al silogismo aristotélico y contra los intrincados y a menudo exasperantes razonamientos escolásticos, Descartes propone un método casi matemático para razonar y comprender la realidad.

Falleció en Estocolmo, a los 53 años y tras unos breves meses en la corte sueca, a la que había sido convocado por la reina Cristina de Suecia. Se supone que murió por una neumonía, pero ahora se sospecha de un envenenamiento por arsénico. Los sabios no deben ser cortesanos… La tradición quiere que antes de expirar dijese una frase célebre: “Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron”. Lo que suele interpretarse como que a menudo imaginamos lo malo y nos preparamos para lo peor, aunque finalmente la desgracia casi nunca suceda.

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Así las cosas, y bajo la advocación de Descartes, sus famosos sueños y sus pesadillas, aprovechemos este otoño para seguir dudando de casi todo menos, bien que lo saben, de la duda misma. Pongan en duda las redes sociales, a los líderes de opinión y hasta a los meteorólogos. Porque puede ser, sí, que lo peor esté por venir. O no. ¡Qué duda!

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