En el año 1980, TVE se hacía eco en un reportaje del año internacional del Niño Subnormal. No hace mucho de eso. Eran tiempos en los que quien profería subnormal como insulto lo hacía con la expresa voluntad de asociar a alguien peyorativamente, sin rubor ni manías, a un grupo de personas que hoy en día designamos como discapacitados intelectuales.

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Poco a poco (quizá muy poco a poco), a causa del abuso en su uso, pero también gracias a una mayor concienciación social, subnormal ha ido disociándose de las personas con discapacidad intelectual para únicamente designar a alguien a quien se considera estúpido en grado superlativo. En un peldaño más arriba que imbécil.
Hoy en día la palabra lamentablemente de moda para insultar es autista. Y está sucediendo como con el subnormal de hace cuarenta años: se dice con una intención asociativa a un colectivo. Autista aún mantiene una conexión reconocible con un determinado colectivo. Como insulto, circula en entornos mediáticos con impunidad. Esa concienciación de la que goza en la actualidad subnormal es inexistente todavía para autista. De hecho, tan poca conciencia tenemos que incluso nos autoatribuimos la condición para hacer la gracia: “No tengo ganas de hablar con nadie, estoy en modo autista”.
En las redes –y fuera de ellas– todo el mundo es “autista” como todo el mundo era y es “subnormal”. Son “autistas” Messi, Zverev, Cole Palmer, Ferran Torres, Iniesta y todo aquel a quien a usted se le pase por la cabeza.
Pasa lo mismo con Dembélé. En X, el futbolista “es el primer Balón de Oro autista”. Pero ya lo era antes de ser galardonado. También fuera de las redes: el exentrenador de la selección argentina de fútbol Jorge Sampaoli se refirió al francés con estas palabras: “Saben que juega como un autista: empieza la acción y la acaba solo”. Tan fácil que hubiera sido calificarlo de individualista...
En política también se estila. Feijóo, por ejemplo, hace unos años se subió al carro. “Nunca he visto un gobierno tan autista ante un conflicto tan generalizado como este”, dijo a raíz de la nueva posición de Sánchez sobre el Sáhara Occidental y el paro de los transportes.
El autismo es “un trastorno de origen neurobiológico con que una persona nace y que la acompaña a lo largo de su vida”, se quejó por escrito la confederación Autismo España ante las palabras del líder gallego.
Es cierto que en ciertos momentos se dice en tono pretendidamente cariñoso, como si el etiquetado de autista fuera entrañable o un oso de peluche. Pero al fin y al cabo este uso acaba siendo tan hiriente como cuando se articula como improperio. Contribuye con la misma intensidad a estigmatizar a toda una serie de personas que no son ni mucho menos enfermas, sino personas que buenamente necesitan que se las ayude a adaptarse.
Siempre que se descalifica gratuitamente a alguien de autista, se ofende mucho más a quien está diagnosticado dentro del trastorno del espectro autista que al receptor del insulto. Y de rebote se refuerzan estereotipos negativos: que son gente que se encierran en su mundo e incapaces de relacionarse.
De todos depende que eximamos a las personas con autismo de tener que luchar cada día por el respeto a su dignidad. Quizás así llegue el día que si Dembélé es o no autista nos sea, simplemente, irrelevante.