En los programas del corazón y de telerrealidad (sectores que se retroalimentan), quienes se exponen lo hacen, básicamente, a cambio de dinero. Sin embargo, detecto en los últimos tiempos un fenómeno curioso. Personas que carecen de motivos para aspirar a esta fama (siempre peligrosa para la salud mental, como lo muestra el alto grado de trastornos de los personajes que viven de ella) se sienten de pronto llamados a ejercer de famosos. De repente necesitan ser vistos y escuchados y, como en este ámbito quien alcanza visibilidad recibe una cantidad colosal de insultos, cabe suponer que, por encima de todo, necesitan ser denigrados.
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El mismo Trump fue uno de los primeros que, teniéndolo todo para vivir a lo grande, decidieron darse a conocer al gran público en un reality. Luego se aficionó y ahí sigue. Y será recordado como el mayor adicto al vilipendio de la Historia de la Humanidad. Muchos le siguieron la pista. Hace poco empezó a atender a la prensa rosa un abogado conocido en Madrid por el ejercicio de su profesión. Es un hombre maduro, educado, de un nivel lo bastante acomodado como para suponer que no lo hace por dinero.
Necesitan ser vistos y escuchados, y cabe suponer que necesitan ser denigrados
Pero de la noche a la mañana entró en el mundo de la farándula por ser pareja de una famosa diseñadora y pasó de exponer ante los tribunales argumentos presuntamente persuasivos a decir auténticas chorradas. Él lo explica así: “Me pusieron un micro y, mira, me gustó”. Pues nada, que el linchamiento de los haters le sentó fenomenal. Y si bien es cierto que la gente joven que se expone en las redes vive estos linchamientos como un atentado tremendo a su autoestima, también es cierto que la madurez (si no intelectual, al menos física) puede hacer que nos crezcamos a lo grande con los comentarios injuriosos de las redes.
A ver si será verdad aquello de “los enemigos nos hacen crecer”. a mí esta frase de los manuales de liderazgo siempre me ha parecido un consejo solo apto para psicópatas, pero irá a gustos. En cualquier caso, está claro que el llamado discurso del odio está calando en todas sus modalidades. Y que haya cada vez más adeptos no solo a practicarlo, sino también a recibirlo, es una prueba más de que algo bien raro nos está ocurriendo.
