En el café Varela Varelita son de River. Desde dentro, protegido como se siente uno a cubierto desde lo que considera casa, un sintecho ocupa una esquina. Tiene su ropa –un tejano, mantas, una camisa, cartones, un cojín, nada– contra la pared y, de vez en cuando, se separa de lo que le queda de lo que tuvo y tose y escupe al suelo, mira, tan despeinado como desquiciado, el loco tránsito de la avenida Raúl Scalabrini Ortiz. No está fuera de casa, no tiene casa, no recuerda cómo regresar, pero anoche jugó River. Esa manera de sentirse parte de algo.
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Por fortuna, en la vida vamos encontrando cafés, jardines, librerías o domicilios amigos que son como Varela Varelita, que existe, se lo aseguro, desde 1950 en el barrio de Palermo, en Buenos Aires. Su nombre viene de un padre –el señor Varela– y un hijo que continuó el negocio –Varelita, vamos–. No es una historia especialmente original, quizás ya para nosotros, excéntrica y misteriosa. Es limpio y está lleno de jóvenes y viejos del barrio, los camareros son atentos y tienen ganas de hablar, no parecen estar hartos de turistas ni de relacionarse con entes humanos. Se come bien y no es caro. Por las noches se llena. Imaginen ayer, lo de River.
La nostalgia es siempre trampa y mentira; nada fue mejor antes
La nostalgia es siempre trampa y mentira. Nada fue mejor antes. Es solo que nosotros éramos más jóvenes y, alrededor, nos vivía todo el mundo. De ahí el valor de Varela Varelita y lugares como él. Son de siempre. De ahora y ayer. Los jóvenes son los de siempre. Los viejos, también. Da igual la edad que tengas porque cuando entras rejuveneces treinta años y cuando sales, el mundo te mete un siglo encima. Dentro, toda la mierda de los gobernantes, de los egoístas y malvados, no puede afectarte si tienes lo suficiente para pagarte un café.
Por las aceras que llevan y traen a Varela Varelita la gente habla tanto como camina, y camina mucho. Depende de los barrios, ves gente tirada en la calle como si los hubiera abatido un francotirador. Adolescentes que se reúnen y separan como cuervos. La anciana que sale a caminar, los que pasean diez perros de otros, los encargados quietos dentro de las porterías, un millón de locales que sirven café y pasteles. Maradona jugó en Boca, así que ¿qué hago con River después de Varela Varelita? De lejos te parecerán moscas, me diría Kike Ferrari pero no es de fiar porque también él es de River.
