P olarización. Mientras la mayoría de los presidentes norteamericanos, desde Lincoln a Obama, pasando incluso por Reagan, intentaron bajar el termostato en momentos críticos, Donald Trump encuentra solaz en avivar las llamas. Durante el funeral de Charlie Kirk, el activista conservador asesinado, su viuda, Erika, apeló al perdón, porque fue “lo que Cristo hizo” y porque “la respuesta al odio no es el odio”. El líder de la Casa Blanca la contradijo con un trabucazo que no estaba en el guion: “Odio a mi oponente, y no quiero lo mejor para ellos”.
Trump ha basado toda su carrera política en la división, la “venganza” y la explotación de los agravios, ya desde los eslóganes de la última campaña: “Kamala es para ellos; el presidente Trump es para ti”. Nosotros contra ellos, azules y rojos, derechas e izquierdas, malos y buenos.
Volantazo. Tampoco estaba en el guion el radical giro de Trump en uno de los pilares de la política exterior: ahora resulta que Ucrania está en condiciones de ganar la guerra e incluso de recuperar sus fronteras originales. Y lo dice después de haberle colocado a Putin la alfombra roja en Alaska y de humillar a Zelenski, insistiéndole en la necesidad de encarar la realidad y aceptar un acuerdo que ceda territorios al vecino más grande y fuerte. ¿Qué está pasando?
Tal vez la respuesta radica en la coletilla que incluía el mensaje: Kyiv podría vencer “con la ayuda de la Unión Europea”. Puede que Trump se esté lavando las manos de un conflicto que prometió resolver en un pispás. ¿Le estorba en su camino hacia la consecución del Nobel de la Paz?
Trump aviva las llamas divisorias: “Odio a mi oponente, y no quiero lo mejor para ellos”
Aliança Catalana. En casa también está cociéndose un guiso de habas bien espeso. El domingo pasado, La Vanguardia publicaba una encuesta según la cual el partido de Sílvia Orriols, antiinmigración e independentista, se dispararía como un cohete hasta los 19 escaños (ahora tiene dos), convirtiéndose así en la clave de bóveda de la política catalana. Tras el sondeo, en estas mismas páginas, Josep Martí Blanch clavó el diagnóstico del runrún sordo del malestar, de lo que fermenta bajo la superficie falsamente plácida. Lo llamaba “el fantasma”. Esto es, el cambio radical (e inevitable) del paisaje humano por la avalancha migratoria; el desnorte sin oportunidades de las generaciones más jóvenes, y el miedo al desclasamiento (hacia abajo) de las clases medias y populares. El fenómeno es universal, desde los suburbios de Turingia hasta el último rincón de Dallas. La raíz, parecida: la inacción. El temor, idéntico: que el malestar social se transmute en inquina.
Vuelve el nodo. RTVE recupera, en blanco y negro y en prime time, los descartes secretos del noticiario franquista que nos tragábamos en las sesiones de cine doble con merienda. Muy oportuna emisión, porque la verdad suele esconderse bajo la alfombra –por ejemplo, la pobreza que reinaba en los años cincuenta en el poblado chabolista del Tío Raimundo, más allá de Vallecas– y porque conviene refrescar la memoria. Algunos chavales, que solo saben de la dictadura por TikTok, creen que los exiliados fueron seguidores de Franco a los que echaron del país.
Septiembre. Frente a las puertas del centro de día, un grupo de personas aguardamos la salida de los pacientes o usuarios; no sé bien cómo llamar al grupo de ancianos-alumnos, con distinto grado de disfunción cognitiva, que acuden al local a recibir estímulos para detener la mancha negra. La mayoría de quienes esperamos somos mujeres: o cuidadoras latinoamericanas o bien hijas veteranas, hijas de mi edad. Escasos varones. No así los monitores, que vierten tanto cariño y paciencia. Septiembre trae a veces días frescos y limpios, que aúnan cada cosa con las demás.
Quirófanos. Me gustaría llamarlo amigo pero apenas lo conozco: David Rodríguez Rubio, neurocirujano y poeta. Durante un encuentro casual, me habla del cansancio, no solo mental, sino terriblemente físico, que implica la mesa de operaciones. Días después, manda por WhatsApp un fragmento de Filosofía de la cirugía, de René Leriche: “Todo cirujano lleva en su interior un pequeño cementerio al que acude a rezar de vez en cuando, un lugar lleno de amargura y pesar, en el que debe buscar explicación a sus fracasos”. Hay gentes que hacen de este mundo un lugar más luminoso y habitable.
