Pertenezco a una generación para la que Francia fue la referencia cultural y política en los mejores años de nuestra vida. Estudiábamos el francés en la escuela, nos escapábamos a Perpiñán para comprar los libros de Ruedo Ibérico y ver películas prohibidas como Novecento o El último tango en París. La capital francesa era el viaje preferido de fin de curso: en sus calles respiramos por primera vez libertad. Incluso llegamos a creer que bajo sus adoquines estaba la playa. Y nos enamoramos de Françoise Hardy, tuvimos a Albert Camus como guía y soñábamos con comer en la Tour d’Argent.
En Francia nos sentimos siempre en casa, antes incluso de que se firmara el tratado de adhesión a las Comunidades Europeas. Por todo ello nos preocupa Francia, un país donde el Estado funcionaba bien y la política generaba ilustres figuras. Pero el descontento ha salido a la calle y se suceden las protestas, cuando no las huelgas, ante la amenaza de recortes para evitar que la deuda siga disparada. En un año y medio, Emmanuel Macron ha tenido cinco primeros ministros. Y, ahora, por primera vez en la historia, un presidente de la República Francesa ha sido condenado a ir a la cárcel.
Sarkozy es el primer presidente de la República Francesa que irá a la prisión
La sentencia de cinco años de prisión para Nicolas Sarkozy por asociación ilícita, en la causa que investiga la financiación ilegal de la campaña que le llevó al poder en el 2007 por parte de Muamar el Gadafi, es un duro golpe que ha sacudido la V República. El ex presidente resulta un personaje clave para los conservadores franceses e incluso para el propio Macron, que escuchaba sus consejos.
La política francesa vive un verdadero terremoto. “El seísmo”, tituló ayer en su portada Le Figaro. La justicia francesa quiere erigirse como la salvadora de la patria y ha actuado con una contundencia inesperada. Las instituciones están tocadas, aunque no hundidas. Y en el horizonte se frota las manos el Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen. Solo le faltaría eso a la Francia republicana, lo que sería también la peor noticia para la UE. De nuevo nos invade la nostalgia de lo que pudo haber sido Francia y no acabó de ser. Georges Brassens cantó antes que nadie a la mala reputación. Nunca fue muy optimista, tampoco lo sería ahora.
