Llamó primero a El contenidor de El món a RAC1. Inmediatamente después a La Vanguardia . Con voz temblorosa pero firme, Ignasi explicó, de manera amena y divertida, su caso: jubilado desde hacía cuatro meses, expediente correcto, vida ordenada, todo en regla. Todo, menos un matiz: un error de la inteligencia artificial le impedía cobrar su pensión. Unos 10.000 euros acumulados.
No era un problema de papeles ni de plazos. Era un fallo digital, invisible, que bloqueaba el sistema humano. Y lo peor: cuando pidió ayuda, los funcionarios de la Seguridad Social le dijeron que no podían solucionarlo inmediatamente. Que había que esperar. Llamar a Madrid. Y que esto funciona así. En unos seis o siete meses se solventaría. Un “vuelva usted mañana” 2.0.

La escena tiene algo de tragicomedia española. Durante décadas, nos quejamos de la burocracia analógica: la de los sellos, las colas, las firmas. Y ahora que hemos digitalizado el caos, descubrimos que la burrocracia , como la bautizó José María García con esa mezcla de sarcasmo y verdad, ha evolucionado. Ya no se necesitan papeles: basta un algoritmo para paralizar una vida.
El jubilado, todos podríamos ser él mañana, solo pretendía cobrar lo que era suyo, pero su expediente quedó atrapado en un limbo informático que nadie sabía cómo descifrar. Porque la IA acierta mucho pero cuando se equivoca, nadie puede discutirle. No hay ventanilla, ni teléfono, ni sonrisa humana que valga.
El conseller Albert Dalmau tiene en la cabeza acabar con esta lentitud insoportable del sistema público. Lo más urgente no es modernizar sino humanizar, porque la lentitud ya no es solo una molestia: es una injusticia. Quien espera un subsidio, una ayuda o una pensión no tiene tiempo que perder. No está haciendo clics por gusto, ni rellenando formularios por deporte. Está sobreviviendo.
La tecnología debía ser la solución. Pero, si no se acompaña de manos humanas, de empatía, de alguien al otro lado del teléfono, se convierte en una nueva forma de desesperación. No hay nada más moderno que tratar bien a la gente.
Y no hay nada más urgente que acabar con esta burrocracia que lo ralentiza todo, incluso la vida de quien ya ha trabajado una vida entera.