La inmigración apunta a convertirse en un tema central de la vida política y social durante los próximos meses y años, si no lo es ya. En Europa ha despuntado. Francia, Alemania o Italia han visto crecer a formaciones con discursos que calan entre la población. En España el asunto empieza a asomar y ya el pasado verano se han vivido escenas que advierten del potencial efecto del asunto. Torre Pacheco y Jumilla son solo el principio.
El sondeo publicado por La Vanguardia hace unos días ya indica que algo está ocurriendo en la sociedad catalana con la inmigración. Por extensión, también en la española. Aliança Catalana y Vox prometen mano dura contra el inmigrante en un discurso de trazo grueso, que no entra en matices, pero que está llegando a amplias capas de la población. Si Sílvia Orriols estaría amenazando ahora mismo las posiciones de Junts, esencialmente, es precisamente por lograr sintonizar con una parte de los ciudadanos que rechaza la inmigración o la ve como un problema.
Con destacar las bondades de la inmigración no les va a bastar a los partidos de izquierda
A nivel nacional ocurre algo similar y Vox es el gran beneficiado. Santiago Abascal lleva años hablando de menas, del peligro de los inmigrantes y de seguridad. La semilla está sembrada. No es que Vox haya inventado la pólvora, simplemente se ha fijado en cómo la ola conversadora que recorre el mundo aplica un duro discurso migratorio y lo está aprovechando.
El CIS da pistas y la inmigración ya es el segundo problema para los españoles, acercándose al gran agujero negro de la vivienda. Entre los votantes del PP hay tres problemas muy parejos: el Gobierno, la inmigración y la vivienda. Entre los de Vox, los grandes males de España son la inmigración y el Gobierno. En Junts ocurre algo similar y la inmigración se apareja al problema de la vivienda. En la derecha el asunto ya se ha convertido en movilizador de voto.
Para entender el ascenso de Vox y de Aliança Catalana en España, o de otros partidos en Europa, hay que conocer qué opinan las familias y jóvenes que conviven con inmigrantes. El Financial Times es ilustrativo. En un reciente artículo concluía que una mayoría de los ciudadanos del Reino Unido, Alemania o Portugal, entre otros países, consideran que los inmigrantes no se han adaptado a las costumbres del país que los ha acogido. Por el contrario, los políticos de esos mismos países sí opinan que los migrantes han sabido integrarse. Esta crisis de representación explica el vigor de las formaciones antiinmigración.
El PP ha visto que el asunto tiene importancia y el pasado fin de semana presentó una especie de tercera vía. La propuesta de Feijóo tuvo rápidamente el contrapunto de Ayuso, como viene siendo habitual, que ha llegado a hablar de que “un argentino o un venezolano en Madrid no es un inmigrante”. Si el líder de la oposición tiene continuamente a una de sus dirigentes elevando la apuesta, las propuestas que haga, por bien planteadas que estén, quedan opacadas.
Mientras la democracia se reconfigura y las corrientes de voto se mueven hacia lugares desconocidos e incluso peligrosos, la izquierda sigue sin dar con la tecla de cómo abordar este fenómeno y, sobre todo, cómo combatir el discurso de la derecha. Este es uno de los asuntos que podrían marcar lo que quede la legislatura.
Con destacar las bondades de la inmigración no les va a bastar a los partidos de izquierda. Con destacar que España se pararía sin ellos y ellas no es suficiente. Con remarcar que hoy nuestros camareros, conductores y operarios de la construcción no nacieron en España tampoco va a valer. Con recordar que todos fuimos migrantes no llega.
Quien está viendo venir el tsunami desde hace tiempo es Gabriel Rufián, que ha instado a la izquierda a debatir sobre el asunto. Su postura ha sido ampliamente criticada y le ha valido un encontronazo con Podemos. La división de la izquierda, enésimo capítulo.
Si la izquierda no comparece y no comienza a hablar de integración, la derecha seguirá teniendo la iniciativa en un tema que invita a abrazar discursos populistas (soluciones fáciles para problemas complejos). Y, en política, el vacío que no se llena por uno mismo lo tienden a ocupar otros.