En vísperas del segundo aniversario del 7 de octubre y 68.000 muertos más tarde, la Casa Blanca escenificó el lunes un esperanzador plan para poner fin a la guerra de Gaza. Con todas las cautelas y precauciones debidas, la propuesta conjunta de Donald Trump y Beniamin Netanyahu supone una oportunidad razonable para frenar la matanza, algo que vienen exigiendo los ciudadanos de medio mundo, y de encauzar el futuro de Gaza y sus habitantes en unos términos ambivalentes. Y lo cierto es que con esta iniciativa, el primer ministro de Israel consigue de la mano del presidente de EE.UU. aquello que tanto reclamaba a los gobiernos y ciudadanos que le criticaban: poner el foco en Hamas y exponer sus contradicciones que tanta sangre han costado a los palestinos.
El plan de paz consta de veinte puntos, entre los que figuran muchos recogidos en anteriores propuestas de alto el fuego. Esta vez, sin embargo, el momento parece más propicio para el optimismo, pese a que, coalición obliga, el primer ministro israelí matizara nada más regresar a casa algunos de los puntos, sobre todo, el de la aceptación de un futuro Estado palestino.
El documento es bastante detallado y similar a una hoja de ruta, en la que se combinan medidas de urgencia –básicamente, el fin de los ataques israelíes y la liberación de todos los secuestrados– y planes posbélicos para la franja, que excluyen la idea peregrina de expulsar a los gazatíes y edificar hoteles de lujo. Queda, sin embargo, en el aire la creación de un Estado palestino, un punto que exige previamente el fin de la guerra y el restablecimiento de la confianza. De aceptarse el plan, Gaza quedaría tutelada por la comunidad internacional –y por Israel–, con asistencia de tecnócratas palestinos, y dejando el interrogante de la aceptación israelí de un Estado para los palestinos. Netanyahu se desmarca, pero el plan no lo excluye, que ya es mucho, a la espera de tiempos más sosegados.
El primer ministro israelí matiza, nada más regresar a casa, algunos de los puntos del plan
La propuesta tiene mucho de ultimátum y capitulación para Hamas, que debería entregar las armas y disolverse, vetada por completo en el futuro de Gaza y Cisjordania. Es el precio de una derrota y el rechazo global al terrorismo. Hay una novedad respecto a propuestas anteriores: un punto ofrece una suerte de amnistía para quienes depongan las armas y renuncien a los métodos violentos.
¿Por qué iba ahora Hamas a rendirse y dar por finalizada una guerra que desató el 7 de octubre del 2023, a sabiendas de la reacción brutal que provocaría? La novedad está en la presión de los últimos validos que le quedan en la región, el debilitado Irán aparte. Tanto Turquía como Qatar –aliados tradicionales–, además de Egipto, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos han refrendado la propuesta de Estados Unidos e Israel y así lo han dejado claro. Hamas está más sola que nunca, debilitado su patrocinador, Irán, y la pelota está en su tejado: ¿van a seguir sacrificando a la población gazatí en aras de una guerra con Israel imposible de ganar?
Rechazar la propuesta es una opción, pero supondría compartir el blanco de la indignación internacional y de quienes se manifiestan en favor de la paz. Una doble presión que muy pocos resistirían, pero que tampoco es descartable si repasamos las tendencias suicidas de un grupo que empleó métodos terroristas el 7 de octubre y rechaza la fórmula de los dos estados. La historia del pueblo palestino está jalonada por decisiones erróneas y cálculos fallidos que les han llevado al error de aspirar siempre al todo o nada.
La propuesta tiene mucho de ultimátum y de capitulación para Hamas, más sola que nunca
En esta ocasión, Israel y Estados Unidos avisan con el estilo avasallador de Trump y Netanyahu que de no firmar en tres o cuatro días, los habitantes de Gaza serán sometidos a un infierno (como si en estos dos años no hubiesen sufrido bastante).
Son horas decisivas para poner fin a la guerra. Hamas debería aceptar la derrota y ahorrar a los gazatíes un sufrimiento baldío. Si rechaza el plan, el apoyo de la opinión pública occidental a los palestinos se resquebrajará y la causa palestina acumulará otro error, con el agravante de que el margen de error ya es ínfimo.
Netanyahu, bajo control de EE.UU., no está en condiciones de burlar a su último gran aliado en el mundo, Donald Trump. La megalomanía de este desempeña, paradójicamente, un papel positivo. Sus propios detractores parecen dispuestos a aceptar que sea Nobel de la Paz si consigue terminar la guerra. A la espera de Hamas, también el primer ministro israelí tiene que imponer el plan a sus ministros más extremistas, que exigen la destrucción de Gaza y anexionarse la franja. La presión internacional y el buen nombre de Israel reclaman altura de miras a Netanyahu. Es el momento de respetar el compromiso y apostar por un plan que no puede contentar a todos pero sí terminar la guerra.