Volver a los taxis

Es curioso: siempre acabo hablando de taxistas. Quizá porque el taxi es un lugar entre el anonimato y la intimidad; durante unos minutos compartes trayecto con un desconocido que, sin embargo, puede dejarte una confesión reveladora. Las conversaciones con los taxistas son un baremo de nuestra sociedad, un termómetro que mide lo que ocurre en la calle, en las casas, en los bares.

Hay taxistas silenciosos y taxistas habladores. Los primeros conducen con gesto serio. Los segundos hablan de fútbol, de política, de sus hijos o del precio de la gasolina. A veces sus opiniones me irritan, otras me conmueven.

lengua mallorca

Protesta lingüística, hace unos años, en el ayuntamiento mallorquín 

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Una mañana cualquiera tomo un taxi en una calle céntrica de Palma. Me acomodo en el asiento trasero y descubro que la conductora es una mujer. Me recibe con un saludo en castellano. Yo le respondo inmediatamente en catalán. Es la táctica que empleo casi siempre: un gesto natural para normalizar mi lengua, o quizá una manera de comprobar que aún sobrevive en esta isla.

Mallorca es una torre de Babel disfrazada de paraíso; el catalán, mi lengua, está en retirada

Entonces ocurre lo inesperado. La mujer me mira por el retrovisor con una franca alegría. Su sonrisa se ensancha y me habla también en catalán en tono cálido y agradecido. Me asegura que es un alivio encontrar un cliente que le hable en su lengua. Me confiesa que está harta de hacer malabares con otras lenguas. Añade, con una sinceridad que me desarma, que hablar conmigo le resulta fluido y relajante, no por lo que digo, sino por la lengua en que lo digo.

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Su confesión no me sorprende. Sé demasiado bien que Mallorca es una torre de Babel disfrazada de paraíso. El catalán, mi lengua, la lengua que heredé de mis abuelos, retrocede en sus propios dominios. Lo he comprobado en los comercios, en las aulas, en las conversaciones de los adolescentes. La conductora, sin proponérselo, actúa como un baremo sociológico. Me obliga a mirarme en ese espejo retrovisor y a reconocer lo que tantas veces intento esquivar: que mi lengua, nuestra lengua, está en retirada. No se extingue de golpe, sino a base de rendiciones pequeñas, casi invisibles.

El taxi se detiene. Esa mujer y yo nos sonreímos como si fuésemos viejas conocidas. Es probable que no volvamos a vernos. Pago la carrera y nos despedimos con una sonrisa cómplice, algo triste.

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